viernes, 27 de marzo de 2009

Mejore su expresión

Por Tito Balza Santaella

Miembro Correspondiente de la Academia Venezolana de la Lengua



XIII.- No debe confundirse descendencia con ascendencia. Hablando de un individuo, su descendencia está formada por las personas que de él se originan: hijos, nietos, bisnietos, tataranietos…; y su ascendencia, por sus padres y abuelos, por su casta, estirpe y origen. Es propio decir: “Fulano es de ascendencia gallega”, “ La niña tiene los ojos rasgados porque es de ascendencia china”; pero no como oímos frecuentemente: “Fulano es de descendencia gallega”, “La niña tiene los ojos rasgados porque es descendencia china”. Se da una extraña confusión entre dos voces que son antónimas, es decir, de significaciones contrarias.


Pero no muere aquí la mala suerte de ascendencia. También se la confunde con ascendiente, que es su sinónima cuando significa ‘padre, madre o cualquiera de los abuelos de quien desciende una persona’; pero totalmente diferente si tiene la acepción de ‘predominio moral o influencia’, alcance semántico que no cubre ascendencia. Sin embargo, en los ambientes políticos y laborales se oye con frecuencia: “El doctor tiene mucha ascendencia sobre los trabajadores”; “Pedro tiene mucha ascendencia política”; “Un buen maestro logra gran ascendencia sobre sus discípulos”. En estos casos, la voz exacta es ascendiente: “El doctor tiene mucho ascendiente sobre los trabajadores”; “Pedro tiene mucho ascendiente político”; “Un buen maestro logra gran ascendiente sobre sus discípulos”.

viernes, 20 de marzo de 2009

Rambo

Saludos, amigas y amigos lectores; a propósito de la condena del periodista iraquí lanzazapatos, Muntadhar al-Zeidi, déjoles este cuentillo pícaro y juguetón.

Dos y media de la tarde, viene por ahí el perro y me va morder, no quiero verlo a los ojos cuando sepa que el hueso que le regalé vino roto. Ay, qué dirá el perro, se sentirá furioso y me pelará los dientes, se pondrá histérico, intentará atacarme, estoy seguro de eso, el maldito peludo vendrá por mi pierna, le sacará sangre, arderá en gruñidos.

Pero no, que ese animal no piense que estoy descalzo y callado, que soy sumiso y retrógrada, que creo en el capitalismo, no, no, yo estoy preparado con un rosario para darle en la testuz, tengo una sartén con agua hirviendo y un periódico opositor en mis manos, esos recursos me servirán de algo.

El perro es marroncito como un café con leche, tiene los ojos de tomate y la cola de cebolla en rama. Lo conocí en una calle, él era un cachorro indefenso, lloraba desesperadamente. Esa vez la calle parecía asfaltada, creo, pero todo fue un espejismo. El cachorrito existía y con sus miradas pidió un poco de comida. Lo llevé a mi casa. Mi madre, una mujer cuarentona, morena y de buen corazón, ese día le dio leche, pero en polvo.

Bauticé a mi perro como Rambo, era una película intensa y real, ese tal Rambo peleaba con los rusos para acabar con el comunismo. En honor a ese héroe, nominé al cachorro callejero con ese apelativo.

Rambo creció entre frutas y hortalizas, consentido por mi madre y yo. Le hicimos una habitación contigua al comedor, donde le instalamos un acondicionador de aire de dieciocho mil BTU. Yo me sentí muy feliz con Rambo, íbamos a todas partes. Lo vestía con una franela de franjas rojas y azules con cincuenta estrellas en el lomo.

El muy ruin invadía terrenos y los orinaba para marcar territorios, mataba gallinas, reventaba huevos y hacía bloqueos a los gatos rojos. En nombre de su hueso, que enterraba hasta en la luna, Rambo con sus colmillos amenazaba cualquier intento subversivo. Para ello, preñaba perras y dejaba en cada territorio invadido un cachorro para cuidar sus intereses.

Rambo era admirable, simpático, gustaba de lo bueno y lujoso, generoso en demasía hasta pecar de paternalista, imponía sus modas, consumía hasta el infinito. Recuerdo una vez que inventó ponerse en la cola un sombrero de paja negro, esa misma semana todos los perros de la cuadra usaron uno. Ni que decir de los perros calientes, ellos son producto de la imaginación de mi Rambo, él un día se le ocurrió la idea de comer un pan con salchicha y salsa. Mi madre en su honor dijo que lo llamaría “perro caliente”, de ahí que toda la cuadra comenzó a comerlo hasta más no poder.

Mi asombro crecía aún más, Rambo acabó con el perro de la casa de al lado, se hizo dueño de su cuadra, peleó con cuanto perro se le atravesó. Rambo se hizo famoso, le decían dueño del mundo, unos lo llamaban el Imperio y así se quedó el muy bellaco.

El Imperio no respetó viviendas, orinaba en todos lados, mostraba los dientes y se creyó por momentos supermán. Tanto fue así que grabó películas, escribió canciones y alienó a medio mundo. La cuadra no lo creía, nadie podía opinar, ni mencionar comunidad o vocablos de igual raíz. A tanto llegó su desprecio por las comunas, comuneras, comunión, comunidad, comunes, comunismo, que se sintió, siente y sentirá orgulloso de acabar con ellos. “Arrasé con ellos”, dijo un buen día.

Yo me siento culpable de haber creado tamaña bestia, yo tan humano y espiritual, tan filántropo, tan altruista, tan buena gente y miren lo que terminé criando, a un Imperio que me viene a reclamar a mí y a pegar, bicho traicionero, lo odio y me odia, nos aborrecemos mutuamente. En cualquier momento llegará para quitarme la alegría, pero me levantaré en armas, sus perros de guerra no podrán conmigo, estaré atento a su movimiento, el Imperio no podrá conmigo. Él sabe que me robé su hueso, pero no sabe que yo tengo en mi poder el secreto de la vida.

Rambo, tú sabes muy bien de dónde vienes y adónde vas, te tomaré de un colmillo para ponérmelo en el pelo, mi madre murió por tu culpa y eso lo sé, a ti se te olvido eso, me vengaré de ti y te daré en la madre a ti también, no me subestimes, yo poseo el secreto de la vida, yo todavía tengo la capacidad de reirme, en cambio tú tienes muchas garrapatas encima como para reirte, vives mordiéndote la cola.

Antes de que llegues me voy para no verte a los ojos, porque de lo contrario no sé qué haré, se me escapará de las manos y haré una locura o una morisqueta.

Ángel Alberto Morillo

supercastellano@gmail.com

supercastellania.blogspot.com
0416- 764 44 27

martes, 3 de marzo de 2009

Mejore su expresión

Para nuestros asiduos lectores, he aquí un nuevo reporte de nuestro egregio amigo Tito Balza.
Tito Balza Santaella
Miembro Correspondiente de la Academia Venezolana de la Lengua

UNO O UNA
XI.- Para nombrarnos de una manera indeterminada, los hombres decimos uno: Uno no sabe cuánto vale algo hasta que lo pierde: Uno no debe preguntar por lo que no le corresponde; pero las damas deben tener cuidado al usar este pronombre indefinido, pues ellas deben unas veces decir uno y en otras circunstancias decir una. Deben decir uno cuando se refieran a acciones que pertenezcan indistintamente al hombre y a la mujer. Una profesora dirá, por ejemplo: A uno las buenas lecturas lo enriquecen, porque las buenas lecturas son enriquecedoras tanto para el hombre como para la mujer; Uno aprende con la edad y las experiencias, porque en efecto así sucede con la mujer como con el hombre. Pero al tratarse de algo exclusivamente femenino, la dama debe decir una, por ejemplo: Cuando una está encinta, no debe hacer ejercicios violentos; A una le gusta que su marido la trate siempre con cortesía y delicadeza.

No observar esta sencilla norma de la lengua, puede conducir a las damas a caer en impropiedades reñidas con el bien decir.

BAUTIZO
XII.- Es frecuente la circunstancia de que escritores, instituciones y editoriales inviten a bautizos de libros y que, en los ambientes sociales, igualmente, los habitantes y dueños inviten al bautizo de flamantes casas o quintas. En propiedad, sólo las personas se bautizan. El bautizo, como bien se sabe, es el ‘primero de los sacramentos de la iglesia, con el cual se da el ser de gracia y el carácter de cristianos’, y bautizar, voz que proviene del latín baptizare, es el acto de ‘administrar el sacramento del bautizo’. Un libro se presenta a luz pública y a la consideración de críticos y entendidos. Es ‘éste el verdadero significado del acto. Avisar, dar cuenta de que el libro ha salido, ha sido editado, y exponerlo a la lectura y consideración, a la sanción, aprobación o rechazo de los conocedores. Si se quiere hacer vinculación con el acto bautismal, por el hecho de que se humedezca el libro con champaña o alguna otra bebida (baptizare es ‘zambullir, batear’) o por el simbolismo de que el libro ingresa al mundo, al cuerpo bibliográfico, como el bautizado entra a formar parte del cuerpo de Cristo (1º A los corintios 12:13), o por la presencia de un sacerdote, creo que debe preferirse la expresión bendecir el libro, con el sentido de invocar el favor, la protección divina, la suerte y la prosperidad para la obra, que es trabajo del hombre y aspira a tener aceptación, difusión y hasta éxito comercial. Según este mismo razonamiento una casa se bendice, no se bautiza.