domingo, 12 de octubre de 2008

Mario Fernández, el poeta del coco y la iguana

Mario Fernández. Conozcamos a un autor zuliano, oriundo de la Cañada de Urdaneta, quien actualmente es tutor de la Misión Cultura Zulia. En su haber literario encontramos centenas de escritos, cuyo motivo de inspiración es la naturaleza cuyo eje central es lo humano. Su más reciente publicación fue Silva a la iguana. Asimismo es promotor de la Feria del Coco en la Cañada de Urdaneta. Leamos algunos de sus trabajos.

La Casa


Somos fantasmas rondando la casa,

no la habitamos: ella nos habita,

piensa, nos mide, nos hace una cita

y traza estrategias en la borrasca.

A veces, el ruido de su hojarasca,

de polvo, piedra y tiempo nos hechiza,

soñolientos de perfumada brisa

caminamos hacia ella como a un arca.

Sus silencios y sombras fantasmales,

su música y luz de los ventanales

nos envuelve en despertares de vaho.

Nuestra piel, que se funde en sus paredes,

agitada de albas y atardeceres

no quiere salir por temor al caos.



EL DESEO DE MALEIWUA

Ya maleiwua se hizo

presente,

tocó la puerta del

alijuna,

ahora con su manta,

la mariposa que viaja

hacia el sol estará

cerca de mí,

yo, rozando su piel

en wuayunaiki, buscando

valles, cuencas, planicies y montañas.

Seré nómada tras sus huellas

de península y tejidos.

Ya maleiwua se hizo

presente,

con trompa y tambor

anuncia el encuentro

de golfo y lago,

de vientos cabalgando deseos,

golondrina de sequías y sales.

Ya maleiwua se hizo

presente,

¡Vamos, no lo hagamos esperar!



EL FOLKLORE Y LA ACADEMIA

Hay una reflexión que los intelectuales –por un lado- y los folcloristas –por el otro-, deben hacerse en torno al desempeño que cada uno dentro de su ámbito realiza, en función de la búsqueda de algo que en una oportunidad le escuché pronunciar al Dr. Uslar Pietri: “el ideal de excelencia”, en ocasión de una disertación que sobre el Renacimiento realizara el referido escritor.

Por otra parte, pienso que es momento de romper los paradigmas –valga el lugar común-, que han tejido una especie de cortina entre el mundo académico y todo aquello que transpire pueblo: tan elitista puede ser la cultura y el arte que se practica en cenáculos cerrados como la más vernácula de las manifestaciones populares. Tal carácter está en la imposibilidad de acercamiento que algunos miembros de ambos grupos tienen entre sí, perdiendo con ello, la posibilidad de crecer juntos, alimentándose simbióticamente del mismo árbol. Para lograr tal crecimiento debe haber una disposición manifiesta entre las personas que transitan ambos caminos, dejando de lado la arrogancia y los complejos, y admitiendo de una buena vez que cultura es todo aquello de lo que el hombre se ha rodeado –parafraseando la definición de isla-, que a final de cuentas por hermético que parezca algún poema y callejera alguna danza, ambas disciplinas vienen de una misma fuente, es decir, del pueblo.

La palabra gótico, con la que se designa uno de los estilos arquitectónicos más bellos del mundo medieval, viene de la raíz argot; el mismo término folklore, es una voz anglo-sajona que traduce –para algunos- “saber del pueblo”, y todo saber implica un esfuerzo intelectual, por pequeño que parezca.

En resumen, los intelectuales y los folkloristas deben buscar su punto de coincidencia en aquello que les es común: la creatividad, y marchar hacia la búsqueda de la belleza, que puede encontrarse en una comunidad tribal de la sub-desarrollada África o en una elegante galería parisina.


ENTRE HIPÓCRITAS TE VEA

Es común encontrar en nuestros hogares, una serie de aparatos e implementos utilitarios cuya “función” no le damos, desnaturalizando su valor de uso y convirtiéndolos en simples cachivaches de vitrinas. Basta con salir en las promociones publicitarias, sobre todo audiovisuales, cualquier artefacto de aire futurista, cuando estamos pensando en la próxima quincena para ir hasta la tienda a adquirirlo, sin reflexionar su verdadera necesidad y sin evaluar desde luego, que existen otras opciones para invertir el dinero en servicios y bienes que se traduzcan en una real elevación de nuestra calidad de vida. Obviamente, los publicistas nos venden no solo sus productos sino su idea del mundo, precisamente para seguir profundizando en la psiquis y continuar modelando nuestra conducta consumista. Los anaqueles de las casas se encuentran repletos de un conjunto de platos, vajillas, peroles que, en el mejor de los casos sirven de adorno, pero que la mayoría de ellos están llenos de polvo por el olvido y el desuso.

El catálogo de productos que nos ofrecen los medios de comunicación es tan amplio que nos abruma y cuarta la libertad de pensar, incluso en cual de entre tantos aparatos comprar, a la vez que se crea una competencia entre consumistas que se disputan en adquirir el artefacto más lujoso y rimbombante, llevados por toda una parafernalia conductista a la trampa del mercado. Nos hemos convertido en simples seres hipnóticos que actuamos por la inercia impuesta desde los talleres de las agencias publicitarias, empeñados en obedecer a todo lo que nos presentan. Pareciera que no tuviésemos albedrío, como consecuencia de una manipulación sistemática y sostenida salida de los centros de producción y manejo psicológico que ni siquiera la Iglesia ha alcanzado en toda su historia.

También, es común encontrar en muchas casas una vez se traspase el umbral, una Biblia abierta en un atril, que da la sensación de no ser nunca leída y que tiene al parecer como único objetivo adornar las salas. Si miramos hacia la mesa de centro, observamos un juego de ajedrez (muchas veces lujoso) que posiblemente nunca utilizan porque nadie dentro de la morada sabe jugar. Posiblemente encontremos algunos cuadros colgados en sus paredes que sirven para “hacer juego” con los colores de los muebles. Más adelante, nos tropezamos con una inmensa biblioteca en la que sus impecables libros nunca pierden su ampulosidad porque tampoco son abiertos. Hasta instrumentos musicales, donde se incluye un hermoso piano de cola, colocado con la mayor delicadeza en un lugar preferencial, cuya sobriedad jamás es perturbada puesto que tampoco existe alguien en casa que sepa ejecutarlo. La lista puede aumentar, al encontrar sendos equipos de sonido que sólo sirven para escuchar la más inculta música; computadoras conectadas a la Internet, pero no a los inmensos recursos que la red presenta, ya que sus usuarios navegan, como suele decirse, pero en una mar de idioteces, y, por supuesto, gigantescos televisores que estaría por demás comentar la programación que a través de sus pantallas emanan.

Por supuesto, más allá de los muros de la casa, las tonterías se llevan como quien carga sus maletas y se dispone a viajar, visitando los fines de semana las más suntuosas tiendas en lujosos centros comerciales, en donde han acordado encontrarse con otros amigos tan “brillantes” como ellos, luego se van a tomar unos tragos en la mejor de las tascas alrededor de las once de la mañana y dependiendo quien paga los whiskys el otro invita a un almuerzo en un buen restaurante, y así de manera alterna los dos compiten hasta la media noche a ver quien se vende mejor.





Mario Fernández

potreritos_62@yahoo.com

potreritos@cantv.net