martes, 8 de agosto de 2017

La Rebelión de K



Era la décima cuarta vez que "K" era golpeada por –D- o "D" golpeaba a –K-. No importa la voz, K era igualmente pasiva o activa. Ella estaba decidida a irse, tan decidida como las 13 veces anteriores.

Y resultó que esta vez fue D quién plenamente se fue. Decidió cambiar de letra. Como si cambiar de letra resultara tan fácil (a él que ni borrador ni liquid paper tenía).

Sin embargo, los recuerdos a D lo abrumaron, en unos de esos ataques monosilábicos tuvo a DK que era igualita a su mamá “Y”.  La sangre no le terminaba de cuajar a K y a D cuando llegó de improviso Z, también nieta de Y.

M y R fueron los culpables, así decía Y, la mamá de D. En su condición de suegros pintaron en la pared un abecedario, en honor a sus ancestros. Ni la alquimia más pura podía descifrar los más profundos sentimientos de K y D. Su amor parecía una sucesión absurda de puntos y comas. Su amor visualmente no podía ser más intermitente.

El cambio de D fue al A sin @ de por medio. Pero es que  A no es cualquier A, con esta A, se escribe almanaque  y con esta palabra mágica  ya es decir mucho. Saturno sospechó  algo al respecto.

La violencia de D no tenía límites, estaba sobre la base de puntos suspensivos, al punto que entre improperios y maldiciones le gritaba a K que eran tres los puntos. Toda una redundancia.

D y K no son personas adrede ni mucho menos letras panfletarias, aún cuando hayan nacido en un país tropical, norte del sur, cuya inicial es V de Vietnam que no es decir poco. Sin duda está insinuación podría ser ilusa. Tan ilusa como K que aún usando memes indirectos de autoayuda soñaba con regresar con D que ya no era D.

Mientras tanto DK y Z aún no escribían, además de lo impúberes, les costaba ver el mural que sus abuelos pintaron: el abecedario. Por eso les costaba descifrar su vida y la de los demás. En absoluto eran analfabetas, tan sólo un ateísmo ecuménico les invadía el ánimo, de esos que causan espasmos abdominales a quienes creen que la ñ no existe.

Llegaría la décima quinta, su fe la llevaba a 27 sin contar los dígrafos subsumidos y que sin estar en el diccionario, golpear 15 veces a una persona era algo tan normal para ciertas mujeres, de estirpe dudosa, que ni siquiera podían ser tildadas de masoquistas. Eran simples i o u, en la escala del 1 al 5, bien cerradas.

K precisamente era de estirpe dudosa. La muy tenía de iglesia el Facebook, ella, una protestante de la RAE, aunque al fin y al cabo, esa misma sigla RAE tuviera rabo de paja. Todos los días a las 7 de la mañana y a las 8 de la noche se conectaba. Memes indirectos. D también, memes muy directos.

Un círculo vicioso. Llegaría pronto a sus 15. Esta última prometería. Aunque el almanaque dijera lo contrario. K estaba derrotada. Caída como muro. K cacareaba aunque fuera cacofónico a sus gustos.


Confieso que los vi en una sopa de letras. Iba en un Transmilenio cacofónico también con pantallas de paradas dañadas. Ese día me perdí. Ya no los recuerdo. Entre Bogotá y Maracaibo no hay mucho trecho. Quizá en la Guajira, unos dos mecates, escoltas mestizos, sea difícil el acceso, pero no hay WiFi que lo impida, porque D y K son de allá, son de aquí, de acullá. Son tan monosilábicos ellos… que siempre pegan, “Los tres puntos suspensivos”, te ACOTA él, sino te escoñeta la boca.  Fin. Adiós. Ya.

Ángel Morillo (El dizque autor)