viernes, 25 de junio de 2010

La puerta queda abierta: Una mirada a la obra ensayística de Miguel Gomes

Por Ángel Alberto Morillo

Las puertas se abren, Miguel Gomes, anfitrión de la velada, nos lleva de la mano para esculcar hasta los huesos las perspectivas y aspectos teóricos del ensayo en Venezuela del siglo XX. De entrada, encontramos posiciones disímiles con respecto a una definición taxativa de ensayo, para ello se vale de la opinión de autores diversos, sólo con el fin de plantear lo que él mismo ha denominado como “el laberinto de las definiciones”.

Para Gomes “una y otra vez la crítica se ha embarcado en empresas definitorias. Y cuantas más definiciones surgen, más tipos de ensayos existen y el panorama se oscurece” (Pág. 13). Sin duda, ante los planteamientos del autor, una madeja de ideas atiborra el entendimiento a guisa de reto donde el lector debe imbuirse para desentrañar el verdadero sentido del vocablo ensayo.

Pero antes de adentrarnos en el corazón de la temática planteada, es bueno echar un vistazo al trabajo y vida de Gomes, quien con su libro titulado “Poéticas del ensayo venezolano del siglo XX” logra hacer un análisis desde diversos puntos de vista relacionados con el ensayo venezolano, el cual ha sido relegado por diversas corrientes de estudio científico pasando a ser prácticamente una subcategoría de la literatura de nuestro país.

En primer lugar, para comenzar a comprender a este autor, es imprescindible saber un poco de su vida. Descendiente de portugueses, de ahí su peculiar Gomes con s y sin tilde, nació en Caracas en 1964. Sin embargo, vive desde 1989 en Estados Unidos, donde se desempeña como profesor universitario y además publica sus trabajos: Visión memorable (1987), La cueva de Altamira (1992), De fantasmas y destierros (2003) y Un fantasma portugués (2004).

La vida literaria de Gomes se ha centrado en el cuento, sin embargo, su trayectoria como investigador y docente en “The University of Connecticut-Storrs” lo ha llevado a cultivar una prolífica producción científica de libros, artículos, recensiones y ensayos. Especialmente este último es el tema central de su libro, publicado entre la Universidad Católica Cecilio Acosta y la Universidad del Zulia, y dicho sea de paso como una segunda edición, así lo asevera el propio autor: “Ha sido posible por la confianza que en mis trabajos ha depositado Miguel Ángel Campos, a quien admiro por partida doble, como ensayista e investigador. Quiero manifestar mi agradecimiento por todo su apoyo y, no menos, por la enorme deuda intelectual que desde hace años tengo con él”.

Miguel Ángel Campos, profesor e investigador de la Universidad del Zulia, así como también miembro del comité editor de la Revista de Ciencias y Humanidades de la Universidad Católica Cecilio Acosta, fue, por decirlo así, promotor de esta segunda edición en la que el autor hace un análisis exhaustivo de las diversas corrientes del ensayo en Latinoamérica y en Europa para poder definir, describir y caracterizar todo lo concerniente al ensayo venezolano del siglo XX.

En la primera parte, Gomes señala reiterativamente que la paternidad del género ensayo es del francés Miguel de Montaigne, quien con su obra Essais (Ensayo) logró un momento de sermón, es decir, “de un discurso univocalizador, monologizante, que descansa en una palabra autorizada por lo divino” (Pág. 35). La vida de Montaigne estuvo marcada por la lucha de católicos y protestantes; no era para menos, como alcalde tuvo que presenciar todo esto para cultivar su espíritu crítico y reflexivo, sin embargo, “no será su posición como alcalde, sino en su desempeño como escritor” (Pág.35) lo que lo llevaría a la creación de magistral essais. Es preciso señalar que a lo largo del libro la figura de este intelectual francés sirve de referencia insoslayable, debido a su influencia en los escritores del género ensayo.

Haciendo luego un recorrido por América del Sur, el autor tomó como referentes a José Enrique Rodó y al nobel Octavio Paz. De este último afirma: “Quizá uno de los volúmenes ensayísticos de este autor sirva para comprender con más exactitud los problemas de la subjetividad del ensayo y sus relaciones con las convergencias genéricas (Pág 28)”.

Con respecto a Rodó, Gomes lo define como modelo de ensayista ficticio, pues “lo exige estrictamente el imperativo ideológico de despragmatizar (Pág. 31)”. Con ello logra concatenar otro plano teórico del ensayo al aseverar que “se autodefine como espacio artístico a través de ese rodeo (Pág. 31)”. La alusión de rodeo se debe a los primeros esbozos hechos por Rodó al principio de su obra “Ariel” con la figura del personaje Próspero, quien para Gomes “es una forma de manifestación de la voz ensayística”(Pág.30).

En este viaje intergaláctico, por nominarlo de una manera, otra puerta se abre nuevamente, es la puerta grande, la venezolana, y de ella salen Andrés Bello, Simón Rodríguez, Rafael María Baralt, Cecilio Acosta, Fermín Toro, Juan Vicente González, Mariano Picón Salas y Manuel Díaz Rodríguez, estos dos últimos reseñados a fuego lento, saboreando cada uno de los parajes de sus obras ensayísticas.

A tales efectos, en la presentación del libro, su prologuista, Miguel Ángel Campos explica: “No es casual, pues, que ese Díaz Rodríguez de Camino de perfección aparezca con frecuencia en esta páginas: es nuestro primer decidido valorador de las tensiones genéticas del discurso expositivo, teoría del arte en su defensa del pensamiento simbólico”.

En la primera parte, Gomes hace una reseña bastante completa del origen del ensayo, pasando luego por la genología hasta llegar a un parangón del ensayo hispánico y el ensayo venezolano. Es preciso señalar que el término genología y su derivado genológico no aparecen registrados en el diccionario en línea de la Real Academia Española, por lo que se infiere que pertenece a la jerga literaria, sin embargo, al analizar la partícula geno del latín genus (En www.rae.es), encontramos que su acepción es linaje, de allí que este capítulo del libro haga alusión a la evolución del ensayo en sus distintas etapas.

El libro describe al dedillo las corrientes literarias que influenciaron el ensayo venezolano en el siglo XX, entre las que tenemos: modernismo, mundonovismo y posmundonovismo, en cada uno de los capítulos se aluden a sus aportes y críticas haciendo espacialmente énfasis en las obras de Díaz Rodríguez y Picón Salas.

Otros autores que son muy nombrados y que resonaron mucho a finales de este siglo son Guillermo Meneses, Pedro Emilio Coll y Arturo Uslar Pietri. A todos los describe en esa lucha del posmundonovismo, término que él mismo aclara no quisiera denominar contemporáneo pues “sería imposible y de poca seriedad crítica pretender definir la contemporaneidad exhaustivamente. La única certidumbre respecto de ella es su negación de criterios estéticos y éticos precedentes (Pág. 155)”.

La visión de los autores en esta etapa del ensayo es muy diversa, hay entre quienes apuestan por el pesimismo existencialista, otros versan más sobre el positivismo literario, finalmente, hay un grupo que a cabo y rabo se confiesa humanista, al respecto, el mismísimo Gomes grita a los cuatro vientos: “El artista, el escritor, ofrecen con sus obras instrumentos adecuados para entender el mundo, no científica ni filosófica, sino humanamente. El hombre de arte es un hombre y desde esa perspectiva y gracias a ella entiende y asimila su entorno”.(Pág. 157)

A lo largo del texto encontramos terminologías difíciles de entender para un lector poco versado en materia, por lo cual, no sé si debilidad, no sé si fortaleza, será de fácil lectura a una persona documentada en temas lingüísticos y literarios, de hecho palabras como écfrasis, anadiplosis, idelogema, crinotópicas, hipotaxis, entre muchas otras, retumbarían en oídos poco instruidos.

Finalmente traigo a colación a Rosa Montero, escritora española, experta en literatura femenina, quien en su libro La Loca de la casa, reinvindica el papel de la mujer en la literatura, pues como dato curioso, a lo largo del libro de Gomes, inclusive en la misma internet por no culpar de todo al autor, no se nombra el aporte femenino al género ensayo, sería interesante averiguarlo ¿no? Sin embargo, esto no resta calidad al texto presentado por Gomes que, sin duda, representa un valioso aporte al ingente vacío teórico habido en nuestro país con respecto al tema. …La puerta entonces queda abierta…

lunes, 14 de junio de 2010

La vaca de las cruces

Supercastellania recibe con un fuerte abrazo al escritor zuliano José Arturo Miranda, zuliano de crianza y andino de nacimiento. Su vida cultural e intelectual la ha desarrollado en las comunidades más pobres del oeste de Maracaibo. Sus fuertes son el cuento y la poesía. El color local, la dulzura, la nostalgia y la magia de las palabras se combinan con su aguda inteligencia para dejar al lector embuido en sus narraciones. A partir de hoy, J. Arturo Miranda pasa a formar parte de este terreno invadido de ideas y palabras.
Es tan fea la vaca de las cruces que Bernardo cruces su dueño, la lleva siempre aperada y del cabestro, pues los niños del pueblo no pierden oportunidad para darle de pedradas.  No es la fealdad  del animal, lo que a la postre desencadeno la tragedia, sino, los comentarios de los aldeanos y los pueblerinos, quienes al son de la música de cuerdas, propagaron comentarios etílicos y en la arrepentidas resacas lo susurraron en la privacidad de sus aposentos. Desde entonces Bernardo de las cruces tuvo un comportamiento extraño y cuestionable. Amanso su vaca como a bestia de trabajo y la enseño a marchar al son de la música campesina. Un buen día contrato a un llanero que estaba de paso, y este le compuso una tonada de vaquería...Bonita, bonita, bonita, ya da la leche blanquita...

Una mañana su mujer Dolores de las cruces le reclamó.
-          Esa vaca feísima no da leche. Lo que da es lastima
-          Cayese la geta, vieja pendeja...a lo mejor es mejor mujer que usted

 El día que Dolores de las cruces planifico  abandonar a su marido, guardo celosamente sus intenciones. La madrugada que sigilosamente en compañía de sus  hijos, que no son pocos, aprovechó una ausencia de su marido y de a postas, le prendió fuego al  cuchitril, en el que  convivió con su marido. La pena y la fatiga que les acarreo a los lugareños, al tratar de aplacar las llamas, le permitieron la huida por los improvisados caminos que le marcaron su faz con sendos pinchazos de moros silvestres. Las suspicacias de Dolores se mezclaron en su rostro, pues cada mañana se ungía de tizne, como para esconder su vergüenza, y adoptó la apariencia de un animal camuflado y montaraz. Los últimos días la  sumieron  en una actitud pusilánime y melancólica, no levanto la cabeza más nunca y encorvada no dejo rastro en los resecos caminos. Un arriero de mata mulas le comento, en la plaza mayor del pueblo, que trabajaba como  plañidera, mas halla del verde prolijo.  Bernardo de las Cruces, demudo su rostro y se le vio vivir con la alegría, de haber encontrado una botija llena de monedas de oro colonial. Llamó a su vaca con un silbido peculiar, muy parecido al del jilguero cuando es acechado. Se fabrico un rancho de madera de mulato y tapia con mezcla de barro y estiércol de ganado vacuno, le coloco de techo, tamo seco de  caña de azúcar, el zaguán quedo de frente del cambural, y  la hora del café lo compartía con su vaca en una totuma finamente trabajada. Antes de aperarla solía acariciarle suavemente   el anca, y le daba palmadas en el lomo. Este ritual molestó a los aldeanos sobremanera, y Bernardo entre cantos improvisados le colocaba el sudario hecho de costales, donde viene la harina del norte. La gualdrapa de color púrpura de origen arábigo, le costo muchos jornales, se la compro a un mercader santandereano. La silla de montar la cambio una mañana dominical, por una cerda después que la pondero como buena paridora y colocándola patas arriba contaba en voz alta los ocho pares de tetas, en el mercado campesino de ciudad pontalida.

 El día  que Bernardo de las Cruces amanso su vaca como si fuera bestia  de montar, y la atavió con correas, y cinchas de cuero curtidas de forma ancestral, y tejidas a mano, de inmediato se acrecentó el malestar de los aldeanos y pueblerinos. Se hizo común la penitencia impuesta por el cura Manzano, de rezar de rodillas sobre granos de maíz,  para expiar el pecado mortal, de desearle la muerte a un semejante, que cambio a su buena mujer y a sus hijos que no son pocos por una ambigua bestia roma.

 El cura Candido Manzano mando aperar su mula y montaña arriba le hizo una visita a Bernardo de las cruces y lo entero de los desnaturalizados comentarios.

-Ahora no le amanso ninguna bestia a más naiden. Dijo Bernardo
-No tomes esa actitud. Le aconsejo Candido Manzano

 La fama de Bernardo de las Cruces como domador de bestias; tanto para el trabajo, como para la montura, trascendió mas halla de las fronteras. Algunos comentan que los bueyes domados por Bernardo obedecen a silbidos sin necesidad de martirizarlos con los aguijones. El sacerdote Manzano decidió visitarlo constantemente y una tarde  después del rigor del saludo montañoso y andino, bebieron café, en el zaguán de su rancho.

 Manzano lo previno de los comentarios mas injustos divulgados por los aldeanos y pueblerinos. Bernardo se levanto molesto y con gestos burlescos, acariciando la empuñadura de su machete, asintió su reacción de ser necesaria.

-El que quiera probar el plin de mi machete en su pescueso, que desembuche. Replico molesto Bernardo.
-Nos es necesario evitar muertes. Le aconsejo el cura Manzano

 La mañana, que la vaca de las cruces chasqueo el hocico, y en el olor del viento, detecto a un mulo cercano, el dueño del mulo salio espantado y lo grito por todos los caminos, pues, el mulo al oler la vaca en celo empezó a relinchar. Desde ese día los aldeanos decidieron organizarse para darle muerte  a la vaca de las cruces. El origen de la vaca de las cruces, alienta  comentarios sobre la existencia o no  de las bestias romas, las cuales según dicen los antiguos, son nacidas del cruce de burro con vaca. Los aldeanos presas del pánico colectivo, intentan prevenir un cataclismo universal de diluvias proporciones, pues, el señor de las lluvias ahogo los mundos antiguos por engendrar de a postas híbridos de burro y vaca que sean buenos para el trabajo, la montura y que también den leche. El camino soleado se bifurca en el paso de la piedra de los indios. Bernardo de las Cruces tomo la decisión de seguir por el que da directo al pueblo, pues, se entero, del acecho que le tienen unos lugareños en el camino real. Hoy domingo el doblar de las campanas congregó a todos en la plaza principal y no a la misa matutina del sacerdote Manzano, este salio iracundo de la iglesia, y con aires de general en guerra arengando a sus tropas, pronuncio un discurso solemne, en el que enfatizo la necesidad de evitar derramamientos de sangre. Todos a una decidieron irrevocablemente darle muerte a la vaca de las cruces. Las mujeres de la legión de María camándula en mano, rezaban un rosario doloroso, y no glorioso como se estila los domingos. El sacerdote Candido  Manzano con movimientos circenses se desprendió la parafernalia litúrgica y en un grito desconsolado pidió misericordia y propuso que el horrendo animal fuese vendido al circo de los  gitanos de Chinacota que esporádicamente visitan al pueblo. La trifulca fue como una de esas batallas sin causa, el plin de los machetes fue antecedido por quien creyéndose libre de pecados, lanzó la primera piedra. Los heridos eran recogidos por las mujeres y amontonados debajo del sol inclemente. El cura Candido Manzano hecho mano de unas tiernas hojas de cayena, y apretándolas fuerte con sus manos, les extrajo  la sabia y ungió en la frente, a quienes les eran menester recibir  los santos oleos, sin tiempo de imposición de letanías indulgentes. Una lluvia súbita bajó de las montañas y el olor de la mortecina muerte tributo sus rojos en las grandes aguas. Muchas ánimas quedaron en pena, y su dolor puede percibirse en los melancólicos sermones del cura Candido Manzano. Es tan terca, el ánima de Bernardo de las cruces, que pena hasta la hora de la aurora, montada en su feísima vaca y ahora hasta se traspasa los muros, y relincha, en el cabo de años de los pobres difuntos... ¿de donde vienes paloma blanca y buena?...a sacar el alma de Bernardo y su vaca en pena...ahí van por estos caminos de Dios. Correteándose...no sin fatiga, a pesar del regreso de las lluvias tardías.