lunes, 10 de diciembre de 2012

Mensaje del padre Acacio sobre su misión pastoral

Belandria, siempre estarás en el corazón de tu pueblo.

"Muchas veces me han preguntado por qué me decidí por ser sacerdote. Mi respuesta siempre ha sido y sigue siendo la misma: mejor es que me pregunten por qué me he mantenido firme en este camino. Tres amores profundos y apasionados son la fuente de mi fortaleza y de mi firmeza en este caminar. Si queréis llámenlos, y los llamo así, mis tres credos:

 + Creo y amo a Jesucristo apasionadamente.
+ Creo y amo fuertemente al mundo de los pobres.
+ Creo y amo a mi Iglesia Latino Americana.

Estos son mis tres credos y mis tres amores que me han mantenido atado fuertemente a este maravilloso servicio que se llama sacerdocio.

¿Escogí yo esta manera de vivir? ¿O la decidí y la planifiqué por mi propia cuenta? ¡No! Simplemente un día, tendría y doce años, después de unos contactos recibí una cartica donde se me decía que podía ir a Mérida, al colegio de los padres jesuitas si quería ser jesuita. Y me fui. Mirando hacia atrás y leyendo hoy la invitación a San Mateo, me veo reflejado en ese personaje. Jesus va pasando, ve a Mateo, lo invita y el hombre se va con él. Yo también me fui. Y aquí estoy celebrando con ustedes la respuesta que yo di a Jesucristo en aquel entonces. En el camino y ya metido de lleno en el noviciado y en todo lo que vino después, empecé a conocer a Jesucristo a la manera de San Ignacio: Conocimiento interno de la persona de Jesús para que más lo ame y mejor lo siga.

Acercándome al conocimiento interno de la persona de Jesús, lo fui queriendo y tratando de vivir toda esa manera tan libre y liberadora que él tenía. Libre ante los poderes, ante el dinero y la muerte, libre ante los enemigos, las leyes y las normas humanas, libre ante las tradiciones absurdas ante las autoridades religiosas dominantes y cerradas de mente. Y me fui enamorando de ese Jesucristo atrevido, escandalizador, defensor acérrimo del débil, amigo personal del marginado, dando siempre la cara por la mujer excluida y pisoteada. Me fui apasionando de ese Cristo que desenmascaraba a toda hora la religión hipócrita, opresora, excluyente y sin ninguna valoración de la persona. Me fui apegando más y más a ese Cristo todo misericordia, perdón y amor hasta el extremo.

Ese Cristo histórico fue marcando mi vida de tal manera que jamás en ese caminar he dudado lo más mínimo de si éste era mi lugar o no. Siempre he estado convencido enteramente de que éste era mi camino, mi vida, la razón de mi existencia.

Por eso puedo decir a todo pulmón, sin que me quede nada por dentro, que creo en Jesucristo como mi Señor, mi Salvador y mi compañero de camino. Creo en Jesucristo liberador, todo misericordia, todo amor, todo entrega total. Creo en ese Jesucristo que ha marcado mi vida profundamente y que me llamó para que le sirviera a su causa en la persona de los hermanos pobres.

Mi segundo y profundo amor, o mi segundo ferviente credo, es el mundo de los pobres. En este mundo nació, vivió y murió Jesucristo. Ahí montó su cátedra y desde ella habló a toda la humanidad.

Sus amigos, sus discípulos, sus familiares, todo su entorno social eran los pobres, los enfermos, los extranjeros, los niños, las mujeres. Los primeros pilares de su iglesia eran pescadores que tenían que remendar sus redes, pasar noches enteras en alta mar sin pescar nada y, más de una vez, cuidando de que nadie los viera sustraer granos de trigo en los campos para matar el hambre.

Ahora bien, si Jesucristo caminó en este mundo de los pobres, y afirmó categóricamente que Él vivía en el pobre, en el enfermo, en el excluido, a mí como discípulo suyo no me quedaba otra que entrar de lleno en ese mundo tratar de descubrirlo en él actuando en ellos y con ellos.

Pero a esto se añade que yo no he tenido que hacer mucho esfuerzo para entrar e el mundo de los pobres, porque nací y me crié en él. Mi familia nació y se crió en la Venezuela de los años 30 y 40. Era la Venezuela rural. En aquel entonces vivíamos muy pobremente, sólo que, a diferencia de la pobreza de hoy, nuestra pobreza era serena, sin angustia. Porque no es lo mismo ser pobre e un mundo de escasez, que vivir pobremente en un mundo de mucha abundancia como la que tenemos hoy.

Pero ¿qué es lo que más me ha tocado mi sensibilidad de pastor? Los sufrimientos de toda índole las angustias, la marginación, la explotación, la inseguridad, el silencio obligado, la impotencia, y el desprecio que padecen los pobres sometidos a vivir en esta sociedad. Una sociedad donde el dinero lo es todo y la persona un mero objeto. Una sociedad toda mentira, viveza, hipocresía, dominación, poder, apariencia, etc. etc. El hombre y la mujer pobre tienen que sobrevivir en medio de toda esa inmundicia. ¡Y sobreviven!
Por eso creo en el pobre, en sus potencialidades, en sus esperanzas y en su espíritu de lucha.
 
Creo en la fe ciega que tiene en el Todopoderoso.
Creo en la furia con que se defiende cuando ve que su dignidad es irrespetada.
Creo en la firmeza, mezcla de amor y ternura, con que protege y defiende a sus niños cuando los ve en peligro.
 
Creo firmemente que Jesucristo el Señor está con ellos cuando emprenden huelgas de hambre, cierre de autopistas, toma de locales, retienen rehenes, organizan marchas, bloquean carreteas, todo ello con la finalidad de hacer valer sus derechos.
 
Creo que ahí está Jesucristo animándolos, iluminando, comunicándoles la fuerza de su Espíritu.

Por último quiero compartir con ustedes mi credo y el amor que siento por nuestra Iglesia Latino Americana. Mi primer encuentro vivencial con esta Iglesia comprometida y viviendo el evangelio con los más pobres de nuestro continente se dio en una visita de cuatro meses que hice por varios países. Para aquel momento yo estaba recién ordenado sacerdote. El objeto de mi vista no era pasear para conocer lugares turísticos, sino para ponerme en contacto con los distintos agentes de pastoral que estaban trabajando haciendo vida en las barriadas más pobres de las grandes ciudades. El compromiso, el modo de vida y la dura lucha que vivían estos agentes pastorales era de tal calibre que definitivamente marcaron mi vida sacerdotal y el modo de hacer pastoral pisando tierra.

Años más tarde tuve el privilegio de tratar a dos grandes figuras del episcopado latinoamericano: Mons. Proaño de El Ecuador y el obispo Pedro Casaldáliga. Estos obispos han sobresalido por su profetismo y su modo tan peculiar de orientar la pastoral en sus respectivas diócesis. Pastoral que ha trascendido las fronteras, Pero el obispo latinoamericano que más me ha influido en mi compromiso sacerdotal ha sido Mons. Romero. No tuve la dicha de conocerlo personalmente pero me acerqué a él a través de sus escritos y de algunos sacerdotes que trabajaron con él y estuvieron muy cerca de su corazón. Romero ha sido mi luz, mi fuerza, mi inspiración. Su íntima unión con Dios, su valentía para denunciar todas las atrocidades cometidas contra los campesinos de su país, y su espíritu evangélicamente libre frente a la institución eclesiástica han sido virtudes que han iluminado el camino de nuestra Iglesia en los últimos tiempos.

Para mí el sentirme miembro de esta Iglesia con todas estas riquezas que he ido descubriendo, me ha llenado de mucha alegría y de frescura. Me ha ayudado a hacerme libre evangélicamente y a seguir avanzando audazmente en este camino de mi sacerdocio. Por eso tengo que decir con toda verdad:

Creo en esta Iglesia que dejándose llevar por el Espíritu supo plasmar en los documentos las nuevas experiencias e instituciones que las pequeñas comunidades vivieron en su práctica del evangelio. El Papa Juan XXIIII habló de la Iglesia de los pobres. Esto ha sido nuestra Iglesia Latino Americana, la Iglesia de los pobres respondiendo siempre y tomándole el pulso a las aspiraciones, los sueños y clamores del pueblo pobre.

Bueno amigos, amigas, hermanos, hermanas Todo esto que les he expresado es la razón de mi sacerdocio. Ahora se podrán dar cuenta de por qué he llegado a estos 50 años feliz, realizado y profundamente agradecido a Dios por haber contado conmigo a pesar de mis deficiencias y mis limitaciones. Gracias a todos ustedes los que han hecho camino conmigo me han brindado su compañía fraternal. Gracias".
Fuente: Centro Gumilla