miércoles, 10 de agosto de 2011

Los Paracaídistas




IMAGINEMOS UNA GRAN CAÍDA EN PARACAÍDAS:

Nacer
            Dormir                       Comer                       Comer           Comer
                        Comer                                               Cagar
                                   Cagar Dormir                       Dormir                       Dormir
Dormir
Dormir
Comer
Comer
Comer
Comer
Cagar ComerComerComerComerComerComer
Cagar ComerComerComerComerComerComer
Cagar Dormir Tener  Comer  Cagar
Dormir Dormir Tener  Comer  Cagar
Dormir Dormir Tener  Comer  Cagar
Comer Tener  Comer  Cagar Comer
¿Vivir?
Trabajar Tener  Comer  Cagar Tener  Comer  Cagar Tener  Comer  Cagar Tener  Comer  Cagar Tener  Comer  Cagar Tener  Comer  Cagar Tener  Comer  Cagar Tener  Comer  Cagar Tener  Comer  Cagar Tener  Comer  Cagar Tener  Comer  Cagar Tener  Comer  Cagar  Poseer Poseer Poseer Poseer Poseer Poseer Poseer
  Acumular
Conocer
¡MORIR!

Bajaba María, La Guajira, del bus. Cayó de un paracaídas, parecía una vocera no sé de qué consejo de personas que también caen en paracaídas. Una de esas paracaidistas le decía.

-       - Voy rápido, tengo hambre.

María también, también iba rápido, no tenía hambre, más bien tenía sed y unas ganas incontenibles de ir al baño, debía enviarle un fax al Presidente, así le dijo a su amiga, la del paracaídas.
-        
      -Espero no te quedéis pegada en la silla.

Las amigas se despidieron.
            Por allá, los testigos de no sé qué…

El ateo corrió a esconderse. El perro ladró. Los testigos se fueron, estos tenían sed pero no ganas de ir al baño. Hambre tampoco. Su sed, según uno de corbata negra y lentes oscuros, era sed del Señor. Sin embargo, el hambre les ganó, una carrera de por sí en desventaja con el sol, el sudor y el cansancio, sin duda, el hambre era voraz, más cuando no se tiene paracaídas.

Se apareció de la nada un cobrador de no sé qué…

Venía con el paracaídas dañado, una señora cejijunta le fio la vida, pero la muerte se la quitó (la señora al cobrador), se decía a sí mismo: “A Dios lo de Dios al César lo del César”. Caminaba azuzado por no sé qué pensamiento prohibido, un pensamiento odioso a su condición opulenta de teniente, de tenedor, de tenido, de todo lo que la imaginación pueda hacer para conjugar el verbo más ansiado por alma humana: TENER, por ser de semejante parecido a uno que cae de paracaídas y no termina de caer.

Y llegaron los pobres…

Ellos estaban exonerados, al menos se salvaban del odioso verbo; pero respiraban todavía, agradecían no sé a quién por esas eventualidades de la nariz y los pulmones; ahora bien, los ácidos gástricos eran medallas de ayuno y la insatisfacción de la comida no llegada a tiempo; al menos cagaban, hasta una vez soñaron que pudieron peerse; los pobres sí que son felices, pueden peerse, además no necesitan caer, ya están abajo; mucho menos de un paracaídas, total, están muy caros. Solamente esperaban algún día el premio de la muerte para poder subir. 


Por Ángel Alberto Morillo