Supercastellania recibe con un fuerte abrazo al escritor zuliano José Arturo Miranda, zuliano de crianza y andino de nacimiento. Su vida cultural e intelectual la ha desarrollado en las comunidades más pobres del oeste de Maracaibo. Sus fuertes son el cuento y la poesía. El color local, la dulzura, la nostalgia y la magia de las palabras se combinan con su aguda inteligencia para dejar al lector embuido en sus narraciones. A partir de hoy, J. Arturo Miranda pasa a formar parte de este terreno invadido de ideas y palabras.
Es tan fea la vaca de las cruces que Bernardo cruces su dueño, la lleva siempre aperada y del cabestro, pues los niños del pueblo no pierden oportunidad para darle de pedradas. No es la fealdad del animal, lo que a la postre desencadeno la tragedia, sino, los comentarios de los aldeanos y los pueblerinos, quienes al son de la música de cuerdas, propagaron comentarios etílicos y en la arrepentidas resacas lo susurraron en la privacidad de sus aposentos. Desde entonces Bernardo de las cruces tuvo un comportamiento extraño y cuestionable. Amanso su vaca como a bestia de trabajo y la enseño a marchar al son de la música campesina. Un buen día contrato a un llanero que estaba de paso, y este le compuso una tonada de vaquería...Bonita, bonita, bonita, ya da la leche blanquita...
Una mañana su mujer Dolores de las cruces le reclamó.
- Esa vaca feísima no da leche. Lo que da es lastima
- Cayese la geta, vieja pendeja...a lo mejor es mejor mujer que usted
El día que Dolores de las cruces planifico abandonar a su marido, guardo celosamente sus intenciones. La madrugada que sigilosamente en compañía de sus hijos, que no son pocos, aprovechó una ausencia de su marido y de a postas, le prendió fuego al cuchitril, en el que convivió con su marido. La pena y la fatiga que les acarreo a los lugareños, al tratar de aplacar las llamas, le permitieron la huida por los improvisados caminos que le marcaron su faz con sendos pinchazos de moros silvestres. Las suspicacias de Dolores se mezclaron en su rostro, pues cada mañana se ungía de tizne, como para esconder su vergüenza, y adoptó la apariencia de un animal camuflado y montaraz. Los últimos días la sumieron en una actitud pusilánime y melancólica, no levanto la cabeza más nunca y encorvada no dejo rastro en los resecos caminos. Un arriero de mata mulas le comento, en la plaza mayor del pueblo, que trabajaba como plañidera, mas halla del verde prolijo. Bernardo de las Cruces, demudo su rostro y se le vio vivir con la alegría, de haber encontrado una botija llena de monedas de oro colonial. Llamó a su vaca con un silbido peculiar, muy parecido al del jilguero cuando es acechado. Se fabrico un rancho de madera de mulato y tapia con mezcla de barro y estiércol de ganado vacuno, le coloco de techo, tamo seco de caña de azúcar, el zaguán quedo de frente del cambural, y la hora del café lo compartía con su vaca en una totuma finamente trabajada. Antes de aperarla solía acariciarle suavemente el anca, y le daba palmadas en el lomo. Este ritual molestó a los aldeanos sobremanera, y Bernardo entre cantos improvisados le colocaba el sudario hecho de costales, donde viene la harina del norte. La gualdrapa de color púrpura de origen arábigo, le costo muchos jornales, se la compro a un mercader santandereano. La silla de montar la cambio una mañana dominical, por una cerda después que la pondero como buena paridora y colocándola patas arriba contaba en voz alta los ocho pares de tetas, en el mercado campesino de ciudad pontalida.
El día que Bernardo de las Cruces amanso su vaca como si fuera bestia de montar, y la atavió con correas, y cinchas de cuero curtidas de forma ancestral, y tejidas a mano, de inmediato se acrecentó el malestar de los aldeanos y pueblerinos. Se hizo común la penitencia impuesta por el cura Manzano, de rezar de rodillas sobre granos de maíz, para expiar el pecado mortal, de desearle la muerte a un semejante, que cambio a su buena mujer y a sus hijos que no son pocos por una ambigua bestia roma.
El cura Candido Manzano mando aperar su mula y montaña arriba le hizo una visita a Bernardo de las cruces y lo entero de los desnaturalizados comentarios.
-Ahora no le amanso ninguna bestia a más naiden. Dijo Bernardo
-No tomes esa actitud. Le aconsejo Candido Manzano
La fama de Bernardo de las Cruces como domador de bestias; tanto para el trabajo, como para la montura, trascendió mas halla de las fronteras. Algunos comentan que los bueyes domados por Bernardo obedecen a silbidos sin necesidad de martirizarlos con los aguijones. El sacerdote Manzano decidió visitarlo constantemente y una tarde después del rigor del saludo montañoso y andino, bebieron café, en el zaguán de su rancho.
Manzano lo previno de los comentarios mas injustos divulgados por los aldeanos y pueblerinos. Bernardo se levanto molesto y con gestos burlescos, acariciando la empuñadura de su machete, asintió su reacción de ser necesaria.
-El que quiera probar el plin de mi machete en su pescueso, que desembuche. Replico molesto Bernardo.
-Nos es necesario evitar muertes. Le aconsejo el cura Manzano
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