Y
resultó que esta vez fue D quién plenamente se fue. Decidió cambiar de letra.
Como si cambiar de letra resultara tan fácil (a él que ni borrador ni liquid
paper tenía).
Sin
embargo, los recuerdos a D lo abrumaron, en unos de esos ataques monosilábicos
tuvo a DK que era igualita a su mamá “Y”. La sangre no le terminaba de cuajar a K
y a D cuando llegó de improviso Z, también nieta de Y.
M
y R fueron los culpables, así decía Y, la mamá de D. En su condición de suegros
pintaron en la pared un abecedario, en honor a sus ancestros. Ni la alquimia
más pura podía descifrar los más profundos sentimientos de K y D. Su amor parecía
una sucesión absurda de puntos y comas. Su amor visualmente no podía ser más
intermitente.
El
cambio de D fue al A sin @ de por
medio. Pero es que A no es cualquier A,
con esta A, se escribe almanaque y con esta
palabra mágica ya es decir mucho.
Saturno sospechó algo al respecto.
La
violencia de D no tenía límites, estaba sobre la base de puntos suspensivos, al
punto que entre improperios y maldiciones le gritaba a K que eran tres los
puntos. Toda una redundancia.
D
y K no son personas adrede ni mucho menos letras panfletarias, aún cuando hayan
nacido en un país tropical, norte del sur, cuya inicial es V de Vietnam que no
es decir poco. Sin duda está insinuación podría ser ilusa. Tan ilusa como K que
aún usando memes indirectos de autoayuda soñaba con regresar con D que ya no
era D.
Mientras
tanto DK y Z aún no escribían, además de lo impúberes, les costaba ver el mural
que sus abuelos pintaron: el abecedario. Por eso les costaba descifrar su vida
y la de los demás. En absoluto eran analfabetas, tan sólo un ateísmo ecuménico
les invadía el ánimo, de esos que causan espasmos abdominales a quienes creen
que la ñ no existe.
Llegaría
la décima quinta, su fe la llevaba a 27 sin contar los dígrafos subsumidos y
que sin estar en el diccionario, golpear 15 veces a una persona era algo tan
normal para ciertas mujeres, de estirpe dudosa, que ni siquiera podían ser tildadas
de masoquistas. Eran simples i o u, en la escala del 1 al 5, bien cerradas.
K
precisamente era de estirpe dudosa. La muy tenía de iglesia el Facebook, ella,
una protestante de la RAE, aunque al fin y al cabo, esa misma sigla RAE tuviera
rabo de paja. Todos los días a las 7 de la mañana y a las 8 de la noche se
conectaba. Memes indirectos. D también, memes muy directos.
Un
círculo vicioso. Llegaría pronto a sus 15. Esta última prometería. Aunque el
almanaque dijera lo contrario. K estaba derrotada. Caída como muro. K cacareaba
aunque fuera cacofónico a sus gustos.
Confieso
que los vi en una sopa de letras. Iba en un Transmilenio cacofónico también con
pantallas de paradas dañadas. Ese día me perdí. Ya no los recuerdo. Entre
Bogotá y Maracaibo no hay mucho trecho. Quizá en la Guajira, unos dos mecates,
escoltas mestizos, sea difícil el acceso, pero no hay WiFi que lo impida,
porque D y K son de allá, son de aquí, de acullá. Son tan monosilábicos ellos…
que siempre pegan, “Los tres puntos suspensivos”, te ACOTA él, sino te escoñeta
la boca. Fin. Adiós. Ya.
Ángel Morillo (El dizque autor)