sábado, 20 de septiembre de 2008

La Ratificación

PRIMERA PARTE: EL NIDO

Autor: Ángel Alberto Morillo

Un bus…

Éramos seis los que íbamos en el asiento trasero gritando groserías por la ventana mientras que el conductor, sin mirar a los lados, trepidaba por las aceras, olvidando los frenos, con la bocina endemoniada, porque el fiscal lo esperaba con aire inquisidor en la esquina de El Chepu.

Un grito escapado de un tumulto de caras borrosas, llenas de sudores infernales, anunció la muerte de El Chepú, según, lo encontraron robando en una panadería helado de chocolate.

- Sí, estaba con los Chamos de los güecos.

- Pero cómo lo mataron.

- Con un chopo casero.

El Chepu era un chamo del barrio, juguetón, gordito como un bollito de carne, cabellos encrespados, voz nasal y le faltaba un diente que perdió jugando pelotica de goma. Una tarde mientras el sol caía rendido, apagando ya los sones de su concierto termal, El Chompa bateó la pelotica de goma cerrando el puño. Yo en segunda base esperaba un roling bajito… el batazo fue un hilo mortecino de orina. Me dio mucho coraje, quería partirle la cabeza con una piedra, le eché mil maldiciones, pero mis berrinches y befas llamaron en absoluto su atención. El juego continuó. El Ale bateó y la pelotica chocó contra la piedra que dejé como segunda base, El Chepu era short Stop y saltó tan alto que las dos paletas de su boca estillaron como vidrios cuando tocaron el suelo: ahí vino el baño de sangre. La madre salió descalza, maloliente, vulgar, airada, a gritarnos tamañas palabras; luego de sus escenas dramáticas y violentas lo llevó con los médicos cubanos. Estos le hicieron de todo para repararle los dientes, pero era caso perdido… al otro día jugábamos nuevamente.

- El que pelea por muchachos sale cagao, decía la mamá de El Chepu.

No entendí nunca por qué murió así este chamo tan cartelúo y buena gente como solían llamarlo los muchachos de la esquina, sin embargo, no me importó. Seguí con mi festín de gritos y algarabía, que de tantas palabras, dos eran decentes.

A esa hora de la mañana el calor era capaz de hervir el agua y producir en el instante tortillas de huevo; las bocinas, la gente apiñada, el semáforo a medio andar, las múltiples paradas, colmaban mi paciencia. El Niño, un compañero de clase, flaco como un Cristo de lata, con la cara de queso, tenía mal aliento de bonice.

- Llamá al bonice, llamalo.

- Bonice, bonice.

Al rato nos manchamos hasta el cansancio las franelas con de bonice de uva. La gente nos miraba con furia, hastiada de nuestro bochinche y gritos, la guachafa en el bus era tremenda, el Niño hacía gestos y se echaba peos, el Chompa estaba escupiendo a la gente que caminaba por las aceras y yo celebraba las morisquetas y actos. El conductor por el retrovisor, con su mirada lobuna nos dijo de todo, no le prestamos atención.

El Pollo, el más flaco de todos, haciendo los mil y un gestos, medio en broma, medio en serio, me dijo que Tortuga prehistórica salió preñada de El Chompa, que el Papa, `padre de Tortuga prehistórica, no sabía nada y segurito que los iban a casar.

- Y no es nada, chamo, a El Chompa ya no le gusta la Kellys porque tiene estrías en el culo.

Kellys, bonita, tonta y absorta. Todos los muchachos y muchachas del colegio le decían Tortuga prehistórica, pues la joroba formada, le hacía meter la cabeza y mirar sin rumbo; sus ojos estaban perdidos, no sé si por las lombrices o por los kilos de pastillas anticonceptivas que sus amigas le hacían beber.

Ese día ella habló con El Chompa, le dijo que tenía un mes que no le venía la regla y que siempre se la pasaba vomitando y mareada. Tenía miedo, pues a sus catorce años, sin estudios, sin dinero y sin madre en quien confiar y respetar de seguro terminaría como puta.

- Ah no, dudalo. Vos estáis es loca si pensáis que me voy a vivir con vos. ¿Qué te cuesta abortar, muchacha del diablo? La Kathe lo hizo.

- Chao mi amor, te amo, dijo Kellys, confundida y triste.

El Chompa ni la miró ni besó.

- Tiene muchas estrías en el culo, le dijo al Pollo.

- En serio, tan buena que se ve.

- Pa que vos veáis; la vez que estuvimos me hizo poner el condón. No se menea.

- En serio, y tanto que se menea bailando reggaetón.

- Pa que vos veáis. En cambio, Rebeca, la cerebrita, la que parece tímida, me dijo Luisito que se menea como una diabla.

Yo sí vi al Pollo y a El Chompa raros ese día. Cada vez que El Chompa anda preocupado o molesto hace diabluras. Recuerdo la vez cuando la profesora de matemática lo llevó a reparación, nada más que a El Chompa se le ocurrió la magistral idea de lanzar al salón de noveno “A” un condón… Pero usado y con esperma. Esa semana estuvimos expulsados, hasta que la fiscal de ministerio y de los derechos de los niños, niñas y adolescentes intercedió por nosotros ante el director, incluso lo obligó a que nos ingresara al colegio. Nuestras madres apenadas y agradecidas con el director y la fiscal juraron ponernos disciplina, que no duró más de veinticuatro horas luego que entre nosotros acordamos gritarlas y pegarles a nuestros hermanitos. El plan no falló, nuestras madres cedieron y nos dieron dinero para que nos largáramos para la calle. Desde ese momento, supimos que seríamos los amos del colegio: rayamos las paredes, rompimos los carros de los profesores, tuvimos relaciones sexuales en los baños, rompimos pupitres, fumamos frente a la dirección, llevamos armas.

Cuando nos montamos en el bus, la gente no cabía, cada quien a empujones se metía. Malos olores. Los seis nos sentamos atrás luego de levantar a patadas a unos de séptimo grado. Nixon, el más gordito de nosotros, amenazó con sentarse encima de ellos. Los carajitos ni lo pensaron, se pararon como pudieron.

- Coño Nixon, tu eres mi héroe, mi hombre, dijo con tono afeminado el Ale.

- Ay marisco.

- Chamo, trata la seriedad, le dije.

Esa mañana pensábamos ir al ciber a ver unas páginas pornográficas, de las que Ale había craqueado unos códigos. Yo no le creí, el Pollo tampoco, pero El Niño y El Chompa estaban tan emocionados y ansiosos de ver aquello, que nos convencieron con unos argumentos que ni ellos mismos entendían: “Claro, chamo, porque el código fuente es copiado con el programa AVI 13 XP, luego desencriptas las claves y zuás entrai en la página”.

- ¿Desencripta?, pregunté.

- Le borras el código, no sé, no te pide clave.

Íbamos con bulla en el bus, dándonos golpes, patadas, cuando alguien gritó:

- Mataron al Chepu en la panadería.

- Cuándo, preguntamos.

- Esta mañana.

- Quiénes.

- No se sabe.

Se lo dijimos la noche anterior.

Pero eso no importó. Ale, con sus gestos raros y su voz afeminada, sí me decía que era extraño que El Chepu no estuviera con nosotros. Al rato el Nixon, pelo enrollado y nariz grande, cara llena de pelotas, entró con el Pollo. El Chompa se nos unió luego.

- Como que sí, afirmó el Pollo

- ¿El te dijo?, preguntó Ale.

- No directamente, pero por lo que vi.

No terminada la mañana, en el bus nos enteramos de lo ocurrido con nuestro amigo, si es que lo puedo llamar así. Los nervios nos comían las gargantas, nos dolía el estómago, sudábamos frío, nos echábamos encima bonice como para ocultar el pavor. Claro, ninguno por orgullo demostramos miedo, al contrario, disimulamos, no le dimos importancia al suceso.

El bus nos llevó a gran velocidad, los seis queríamos bajarnos en la esquina de El Chepu para ver su cuerpo moreno y cabello negro, ahora no quemado por el Sol, sino por el fuego a quemarropa de unas balas de chopo casero.


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