domingo, 6 de diciembre de 2009

Un mensaje de Navidad

Amados hermanos y hermanas. Escuchen con atención, que este ser que llevo en brazos simboliza al amor y a la vida, y de ambos elementos Dios es autor, llevando la luz a los que necesitan. Dios es claro y justo, por ello siempre estará con ustedes, entre las casitas de estero y palo, entre la maleza y el polvo, entre la ropa humilde y los pies descalzos, pues al mundo venimos sin nada y de este nos vamos sin llevarnos nada. Así que no te aflijas, no te sientas mal por no tener nada, todo te será dado por añadidura si en tu misericordia y amor lo buscas sin esperar a cambio nada. Saca de tu corazón toda ambición, pero tampoco te conformes, lucha por ser mejor desde lo que el Señor te ha dado, comparte así sea tú única vestidura, no te apegues a lo terrenal, porque nada en la vida es eterno, sólo el alma lo es como viva expresión de Dios y del amor. Ama, sencillamente ama, ama tu vida como un don precioso, como un tesoro que tienes que cuidar, aunque no dudes en entregarlo por salvar otra vida. Debes amar a la señora que por no tener dinero le cancelan su servicio eléctrico, a ese que anda en autobús, a ese que compra en la bodeguita de la esquina, a ese que hace cola en el mercado, a ese que por no tener padre y madre se hace adicto, a ese que por ser maltratado se hizo rebelde, a esos es que deben amar, por esos Cristo dio su vida, dio su fortuna, dio su tesoro. Olviden sus mezquinos deseos, sus pobrezas espirituales, libérense de esas ataduras y digan sí a la vida, digan no a la muerte. El nacimiento de Dios es la fiesta más esperada por todos, es un momento especial, ¿y por qué? Porque rendimos honores a la vida, a la vida que se manifiesta en Jesús, en el nacimiento de un Rey, que dejó la cuna de oro y su opción fueron los pobres del pesebre. Hoy, hermanos y hermanas, sientan que sus hogares, sus casas, son el pesebre, allí es donde nació Cristo. Abran pues sus puertas y dejen entrar la vida, dejen entrar a esos niños Jesús descalzos, sin juguetes, con las caras sucias, esos niños Jesús que limpian zapatos y arruman cajas en el mercado, a esos niños Jesús que nacen sin padre y madre, a esos niños Jesús que tienen sida víctimas de algo que no quisieron, de esos niños Jesús que no tienen una hallaca, ni siquiera un plato, acuérdense, abran las puertas de sus casas, de sus corazones, no vaya ser tarde y se den cuenta luego de que ese niño vino y murió en sus manos. Que el señor los haga buena nueva y el dios de la vida los bendiga siempre…



Fragmento extraído de la obra teatral Pesebre viviente en un barrio pobre, de Ángel Alberto Morillo.

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