De Antonio Pérez Esclarín
Hay demasiado autoproclamado socialista por allí, cuyas vidas reflejan un corazoncito bien capitalista. Los carros que usan, las escoltas que llevan, las mansiones que habitan, los restaurantes que frecuentan, los viajes que emprenden, los hoteles donde se alojan, las ropas y relojes que llevan no demuestran precisamente igualdad o austeridad, sino un desmedido afán consumista, a pesar de que lo critican tanto en sus declaraciones y discursos.
Otros piensan que basta con proclamar el socialismo para que, por el arte de magia de su soberana voluntad, ya sea una realidad palpable. Tenemos así alcaldes y gobernadores que siembran de vallas sus territorios decretando el socialismo sin que uno termine de ver algún cambio sustancial en la producción, en la organización, en la seguridad, en los servicios y mucho menos en los valores.
Otros, sin saber bien en qué consiste, invocan el socialismo como la encarnación de todo lo bueno. Me recuerda lo que sucedió en pleno siglo XIX en Venezuela con la Federación, que el pueblo sencillo, sin saber ni siquiera proclamar la palabra pues muchos decían Feveración, la invocaban con un respeto sagrado, pensando que iba a acabar con todos sus problemas.
Por ello, hoy quiero prestarme trozos de Jorge Bandín, para recordar la figura de Thomas Sankara, socialista y católico, presidente de Burkina Faso (ex Alto Volta, colonia francesa), entre 1983 y 1987, cuando fue vilmente asesinado. De familia muy pobre (su madre tenía un puesto en el mercado), creció mamando el amor a la verdad y la fidelidad que en su casa y comunidad le transmitieron.
De joven ingresó en el ejército, donde con otros jóvenes soñadores, imaginaron un país y un África libres de dominaciones externas, tanto del lado soviético, como del lado capitalista, pues decían que no había que sacrificar la libertad en nombre de la justicia, ni tampoco la justicia en nombre de la libertad. Ellos fueron los protagonistas de la revolución democrática que tendría lugar en Alto Volta (actual Burkina Faso) con la subida al poder de Sankara.
Una vez en el Gobierno, Thomas Sankara destacó por su lucha contra la corrupción, la inversión en educación y salud, el abandono del modelo económico agroexportador, el apoyo a la productividad interna, y la denuncia de las estructuras que generaban hambre en su continente.
Pero Sankara no fue un político sólo de discursos. Queriendo imitar fielmente a Jesús, Sankara fue fundamentalmente un hombre de hechos: cuando subió al cargo de Presidente de Burkina Faso, renunció al sueldo que tenía estipulado como tal y mantuvo su modesto sueldo de capitán de uno de los ejércitos más pobres del continente. Cambió también el menú presidencial reduciéndolo al plato típico de los pobres de su país. Vendió la flota presidencial de carros y la sustituyó por unos pocos R5, el carro más barato en ese momento del mercado.
Practicaba el avión-stop, es decir, colarse en los aviones de otros presidentes africanos aprovechando alguna escala que hicieran en Burkina Faso, con lo que evitó tener avión propio y todos los gastos derivados de ello. Al ver que sus hijos estaban perdiendo la austeridad que había caracterizado su infancia, los llevó a vivir al barrio de ranchos en que habían crecido, abandonando el palacio presidencial.
Así, el ejemplo de los hechos abarcaba también a su propia familia: su madre siguió regentando el puesto que tenía en el mercado, y Sankara dejó de ver a muchos de sus familiares cercanos y no tan cercanos para no tener que decirles que no a sus peticiones, que iban en contra del buen Gobierno que Sankara se había marcado.
No debe sorprender, pues, que su mujer e hijos quedaran en la más absoluta miseria cuando Sankara fue asesinado ya que resultaba, como Jesús, una figura molesta para todo el mundo, de tal manera que sólo la generosidad de sus amigos hizo posible que pudieran salir del país y emigrar a Francia.
Hombre de una fe profunda, Sankara alimentó su proyecto político y de vida en la doctrina y estilo de vida de Jesús, un hombre de una coherencia total, pues siempre vivió todo lo que proponía o proclamaba, hasta el punto que su vida fue su mejor discurso y lección.
Por ello, si bien es evidente que no podemos forzar los tiempos históricos para convertir a Jesús en un socialista, sí es evidente que en su doctrina y en su vida tenemos las semillas para construir un mundo fraternal, una sociedad sin exclusión ni dominación. Para ello, no basta con citar o invocar a Jesús y aprenderse de memoria el evangelio. Se trata más bien de seguirle e imitarle, es decir, de hacer nuestro su estilo de vida.
Profesor
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