miércoles, 21 de octubre de 2009

Novela Reeditada: LA RATIFICACIÓN

Un bus…

Éramos seis los que íbamos en el asiento trasero gritando groserías mientras que el conductor, sin mirar a los lados, trepidaba por las aceras, olvidando los frenos con la bocina endemoniada, porque el fiscal lo esperaba con aire inquisidor en la esquina de El Chepu.

Un grito escapado de un tumulto de caras borrosas, llenas de sudores infernales, anunció la muerte de El Chepú, según, lo encontraron robando en una panadería helado de chocolate.

- Sí, estaba con los Chamos de los güecos.

- Pero cómo lo mataron.

- Con un chopo casero.

El Chepu era un chamo del barrio, juguetón, gordito como un bollito de carne, cabellos encrespados, voz nasal y le faltaba un diente que perdió jugando pelotica de goma. Una tarde mientras el sol caía rendido, apagando ya los sones de su concierto termal, El Chompa bateó la pelotica de goma cerrando el puño. Yo en segunda base esperaba un roling bajito… el batazo fue un hilo mortecino de orina. Me dio mucho coraje, quería partirle la cabeza con una piedra, le eché mil maldiciones, pero mis berrinches y befas llamaron en absoluto su atención. El juego continuó. El Ale bateó y la pelotica chocó contra la piedra que dejé como segunda base, El Chepu era short Stop y saltó tan alto que las dos paletas de su boca estillaron como vidrios cuando tocaron el suelo: ahí vino el baño de sangre. La madre salió descalza, maloliente, vulgar, airada, a gritarnos tamañas palabras; luego de sus escenas dramáticas y violentas lo llevó con los médicos cubanos. Estos le hicieron de todo para repararle los dientes, pero era caso perdido… al otro día jugábamos nuevamente.

- El que pelea por muchachos sale cagao, decía la mamá de El Chepu.

No entendí nunca por qué murió así este chamo tan cartelúo y buena gente como solían llamarlo los muchachos de la esquina, sin embargo, no me importó. Seguí con mi festín de gritos y algarabía, que de tantas palabras, dos eran decentes.

A esa hora de la mañana el calor era capaz de hervir el agua y producir en el instante tortillas de huevo; las bocinas, la gente apiñada, el semáforo a medio andar, las múltiples paradas, colmaban mi paciencia. El Niño, un compañero de clase, flaco como un Cristo de lata, con la cara de queso, tenía mal aliento de bonice.

- Llamá al bonice, llamalo.

- Bonice, bonice.

Al rato nos manchamos hasta el cansancio las franelas con de bonice de uva. La gente nos miraba con furia, hastiada de nuestro bochinche y gritos, la guachafa en el bus era tremenda, el Niño hacía gestos y se echaba peos, el Chompa estaba escupiendo a la gente que caminaba por las aceras y yo celebraba las morisquetas y actos. El conductor por el retrovisor, con su mirada lobuna nos dijo de todo, no le prestamos atención.

El Pollo, el más flaco de todos, haciendo los mil y un gestos, medio en broma, medio en serio, me dijo que Tortuga prehistórica salió preñada de El Chompa, que el Papa, `padre de Tortuga prehistórica, no sabía nada y segurito que los iban a casar.

- Y no es nada, chamo, a El Chompa ya no le gusta la Kellys porque tiene estrías en el culo.

Kellys, bonita, tonta y absorta. Todos los muchachos y muchachas del colegio le decían Tortuga prehistórica, pues la joroba formada, le hacía meter la cabeza y mirar sin rumbo; sus ojos estaban perdidos, no sé si por las lombrices o por los kilos de pastillas anticonceptivas que sus amigas le hacían beber.

Ese día ella habló con El Chompa, le dijo que tenía un mes que no le venía la regla y que siempre se la pasaba vomitando y mareada. Tenía miedo, pues a sus catorce años, sin estudios, sin dinero y sin madre en quien confiar y respetar de seguro terminaría como puta.

- Ah no, dudalo. Vos estáis es loca si pensáis que me voy a vivir con vos. ¿Qué te cuesta abortar, muchacha del diablo? La Kathe lo hizo.

- Chao mi amor, te amo, dijo Kellys, confundida y triste.

El Chompa ni la miró ni besó.

- Tiene muchas estrías en el culo, le dijo al Pollo.

- En serio, tan buena que se ve.

- Pa que vos veáis; la vez que estuvimos me hizo poner el condón. No se menea.

- En serio, y tanto que se menea bailando reggaetón.

- Pa que vos veáis. En cambio, Rebeca, la cerebrita, la que parece tímida, me dijo Luisito que se menea como una diabla.

Yo sí vi al Pollo y a El Chompa raros ese día. Cada vez que El Chompa anda preocupado o molesto hace diabluras. Recuerdo la vez cuando la profesora de matemática lo llevó a reparación, nada más que a El Chompa se le ocurrió la magistral idea de lanzar al salón de noveno “A” un condón… Pero usado y con esperma. Esa semana estuvimos expulsados, hasta que la fiscal de ministerio y de los derechos de los niños, niñas y adolescentes intercedió por nosotros ante el director, incluso lo obligó a que nos ingresara al colegio. Nuestras madres apenadas y agradecidas con el director y la fiscal juraron ponernos disciplina, que no duró más de veinticuatro horas luego que entre nosotros acordamos gritarlas y pegarles a nuestros hermanitos. El plan no falló, nuestras madres cedieron y nos dieron dinero para que nos largáramos para la calle. Desde ese momento, supimos que seríamos los amos del colegio: rayamos las paredes, rompimos los carros de los profesores, tuvimos relaciones sexuales en los baños, rompimos pupitres, fumamos frente a la dirección, llevamos armas.

Cuando nos montamos en el bus, la gente no cabía, cada quien a empujones se metía. Malos olores. Los seis nos sentamos atrás luego de levantar a patadas a unos de séptimo grado. Nixon, el más gordito de nosotros, amenazó con sentarse encima de ellos. Los carajitos ni lo pensaron, se pararon como pudieron.

- Coño Nixon, tu eres mi héroe, mi hombre, dijo con tono afeminado el Ale.

- Ay marisco.

- Chamo, trata la seriedad, le dije.

Esa mañana pensábamos ir al ciber a ver unas páginas pornográficas, de las que Ale había craqueado unos códigos. Yo no le creí, el Pollo tampoco, pero El Niño y El Chompa estaban tan emocionados y ansiosos de ver aquello, que nos convencieron con unos argumentos que ni ellos mismos entendían: “Claro, chamo, porque el código fuente es copiado con el programa AVI 13 XP, luego desencriptas las claves y zuás entrai en la página”.

- ¿Desencripta?, pregunté.

- Le borras el código, no sé, no te pide clave.

Íbamos con bulla en el bus, dándonos golpes, patadas, cuando alguien gritó:

- Mataron al Chepu en la panadería.

- Cuándo, preguntamos.

- Esta mañana.

- Quiénes.

- No se sabe.

Se lo dijimos la noche anterior.

Pero eso no importó. Ale, con sus gestos raros y su voz afeminada, sí me decía que era extraño que El Chepu no estuviera con nosotros. Al rato el Nixon, pelo enrollado y nariz grande, cara llena de pelotas, entró con el Pollo. El Chompa se nos unió luego.

- Como que sí, afirmó el Pollo

- ¿El te dijo?, preguntó Ale.

- No directamente, pero por lo que vi.

No terminada la mañana, en el bus nos enteramos de lo ocurrido con nuestro amigo, si es que lo puedo llamar así. Los nervios nos comían las gargantas, nos dolía el estómago, sudábamos frío, nos echábamos encima bonice como para ocultar el pavor. Claro, ninguno por orgullo demostramos miedo, al contrario, disimulamos, no le dimos importancia al suceso.

El bus nos llevó a gran velocidad, los seis queríamos bajarnos en la esquina de El Chepu para ver su cuerpo moreno y cabello negro, ahora no quemado por el Sol, sino por el fuego a quemarropa de unas balas de chopo casero.

Una escuela…

El bus venía. Ese día no tuvimos clase, porque los profesores se declararon en huelga, así no se puede dar clase, las mafias nos comen con sus balas. “Ya mataron a un muchacho, es el colmo”, fue lo que alcancé a escuchar.

La escuela se caía a pedazos cada año, era más bien un antro de la muerte que mostraba sus dientes para asustar a las buenas almas, sus paredes ahítas de grafitis vulgares y dibujos sugestivos, los baños apestosos rendían culto a horas de orgías y sexo juvenil. Nadie contra eso. El Director sufrió una crisis de nervios y al mes debió ser destituido. La situación era incontrolable.

Los muchachos detuvieron el bus, mientras yo fui con la Kathe a buscar a un médico, que ella misma me recomendó. El Chompa y yo peleamos por la mañana. Me desesperé, no supe que hacer, quise morir allí mismo.

- Necesito que nos casemos, que nos vayamos a vivir juntos, no sé si en tu casa o en la mía, yo hablo con mami para que convenza a mi papá. Desde hace un mes que no me viene el período y la prueba de embarazo dio positivo.

Él no me respondió, pareció no darle importancia, estaba ensimismado enviando mensajes de texto.

- ¿Quieres que aborte?, pregunté tímidamente.

- Ah no, dudalo. Vos estáis es loca si pensáis que me voy a vivir con vos ¿Qué te cuesta abortar, muchacha del diablo? La Kathe lo hizo.

Se me caía el mundo, ya veía el llanto de mi madre bajo la lluvia de golpes de mi papá; a él ya lo veía borracho, tendido como un muñeco de Judas en Semana Santa, por eso, antes de que el bus se detuviera, decidí ir con la Kathe al Centro a ver qué solución encontraba.

- Chao mi amor, te amo, le dije.

Él se montó con el Pollo en el bus. No sabía porque estaban todos así, la mañana era distinta. Yo sí note la ausencia de El Chepu, no lo había visto desde el lunes cuando tuvimos un examen de física.

- Si me soplas la tercera, te invito helado de chocolate.

Con mucho cuidado, sin que el profesor lo notara, le lancé una hojita mínima con el resultado del problema tres en el que nos tocaba calcular el tiempo.

Tiempo a mí no me quedaba, ni espacio, la distancia que me separaba de los carnosos y duros puños de mi padre era muy corta. La física que tanto me fustigaba en clase, ahora por cuestiones de vida, me servía para echar mis cálculos: “En cuatro meses se me empieza a notar, en seis estoy en la casa de mi tía, en nueve daré a luz y en doce mi mami cuidará a mi bebé”, pensé.

No era muy buena tampoco para el cálculo digamos, ya no había tiempo de arrepentimientos, metí la pata, la fórmula cerveza, besos y caricias menos ropa multiplicado con regaeton, elevado a la máxima expresión de mi primer amor, me metía en este complicado problema de por vida, vaya ironía, “cuestiones físicas”, como decía el Pollo, el mejor amigo de Chompa.

Es que desde el primer día, me encantó Chompa. Delgadito, rubio, esbelto, todo zumbado, lanzado, con un verbo que de por sí traía a unas cuantas. Yo preferí esperar, ser paciente, hasta que por fin la Kathe me lo presentó.

Sus manos tocaron las mías, besó el muy pícaro de una vez mi mejilla, sentí que se me encendían los vellos y el vientre, húmeda hasta el infinito, lo miré y sonreí. Desde ese día comenzamos a tratar. Supe que tenía un abuelo con mucho dinero, pero que desheredó a su madre porque, según, era chavista.

- Ese viejo loco, algún día me las pagará.

- ¿Y por eso la botó?

Advertí en su mirada un dolor muy profundo, su padre también los abandonó, dejando a la deriva a una familia de cinco hermanos. “Hasta fue mejor, él nos pegaba mucho”, me contó. Cada vez que llegaba borracho cantaba vallenatos y, de repente, como poseído por el demonio, tomaba por asalto los poquitos corotos habidos en la sala y en la cocina y los empezaba a lanzar a la calle. Su madre imploraba que la dejase, que viera el mal ejemplo que le daba a sus hijos, que se comportara, que sentara cabeza. Y venía una jauría de golpes ciegos, que la ensagrentaban y dejaban moretones. Los muchachos de una iglesia pasaban de en vez de cuando por la casa de El Chompa:

- Ay mijo, es que me di con una puerta.

- Vaya puerta, que da hasta en los muslos y arranca dientes.

Ella lo sabía y todos eran cómplices de su secreto, pero por vergüenza ninguno se atrevía a decirlo, porque “a pesar de todo él me quiere”. Un sábado por la mañana la ropa del señor Delgado no estaba, ni tampoco él. Al tiempo se supo que el señor Delgado tenía quince hijos en tres mujeres maltratadas.

Me enamoré del Chompa por compasión, siempre me sentí atraída por personas en desgracia, tristes y en peores condiciones que yo. Pasamos así en la clandestinidad casi seis meses, teníamos nuestros encuentros secretos en la casa del Pollo, donde siempre hacíamos el amor durante la tarde, haciendo creer a mi madre que hacía un trabajo de física con mis amigas.

Yo no pensaba en otra cosa que no fuera en los besos, caricias, abrazos… Sus punzadas destrozaban mi vientre lleno de deseo, lo devoraba con locura, lo amaba, estaba ciega y sigo aún. No puedo creer que el amor exista en esa magnitud, de total entrega, sin meditar... Ni usar para nada la razón. Pienso que el amor es bonito, no me importa lo que los profesores digan, ni mi madre, ni mucho menos la gente. Soy una rebelde y punto.

- Chama, tengo miedo.

- Ahora vienes con eso, tú sí eres cursi, cómo se te ocurre no protegerte.

Por casualidades de la vida, mil cosas del destino, juegos de la suerte que para unos es buena y para mí fue sanguinaria, la pastilla anticonceptiva no funcionó. “De un 90 por ciento, un 2 puede fallar la pastillita”, decía con ironía la profesora de salud.

Así que esa mañana de huelga, opté también en ensañarme con mi destino, ya que lo que es igual no es trampa, si yo soy el dos por ciento, que más da estar en los altísimos porcentajes de aborto. Hasta legal es en algunos países, me decía la Kathe, eso le rebajó unos kilos a mi gorda conciencia.

El bus nos dejó atrás y yo dejé la escuela.

Un loco…

La Kellys ese día estaba pálida como papel sellado. Esta vez no era tortuga, sino un mamut, que al derretir el hielo prorrumpe alaridos. Su hielo tenía un mes y medio. Así lo había dictaminado un médico, quien con sus gestos y mirada punzante, nos lanzó una invitación morbosa y sucia de formar un trío para ver qué hacemos después con la criaturita.

Salimos en el acto, asqueadas y asustadas por ríos de comerciantes informales, quienes con altavoces, a guisa de péndulo, reiteraban su todo a dos mil. Los pasillos sucios del Mercado Las Pulgas nos indicaron la madriguera de quien funge ser mujer de costumbres livianas y frescas, sentimos un espejo al frente, pero que por cuestiones de espanto no pudimos detallar bien sino años más tarde.

El Sol estaba más libidinoso, tan insinuante como el doctor que nos atendió minutos antes, el sudor nos corría por la espalda. Nos pusimos unos estraples que descubrían nuestros pechos erguidos y voluptuosos, que pegaban tantas miradas como barajitas de álbum.

Yo me sabía bella, alta, morena, con todos mis juguetitos, como decían los muchachos. Me colocaba maquillaje y escarcha de colores, me fascinaban los escotes y minifaldas. Desde los once años me he pintado el cabello a merced de los berrinches de mi madre y mi padrastro. Mis ojos son grises, pardos, que encantan al que yo quiera y pueda. Siempre llevo la iniciativa.

- Katherine Patricia Fardellín Mei.

Como odiaba al profesor de física, cuando pasaba la lista, los muchachos se reían y burlaban. Yo como disimulando mi enfado, me dirigía al profesor y rogaba que tan sólo me dijera Kathe, al tiempo que apuntaba con mis senos su hombro izquierdo. Desde entonces en la escuela me conocieron sólo así.

Kellys y yo nos conocimos en octavo, ambas tocamos en la misma sección. Me caía muy a la patada: Cada semana teníamos un novio diferente como tratando de medir fuerzas; mensualmente cambiábamos el tono de nuestros cabellos y en las fiestas del colegio tratábamos de hacer los movimientos más cadenciosos y acrobáticos posibles. Poco a poco esta guerra fue amainando hasta llegar a una tregua, un día nos miramos y reímos como tontas, nos cambiamos algunas palabras, teníamos tanto en común: nuestros padres venían de Colombia, teníamos un padrastro, teníamos el mismo segundo nombre, el mismo signo zodiacal y nacimos el mismo día.

Desde ese día fuimos como hermanas, andábamos juntas todo el tiempo, a tal punto que los muchachos comenzaron a pensar lo indebido. “Para cachapas, plátanos”, nos gritaron desde el bus, que partía de la escuela ese día a toda marcha.

Aún recuerdo la vez que El Chompa me pidió que le hiciera la segunda con la Kellys. Ese día había lanzado un condón usado en nuestro salón, la profesora de matemática lo vio y de inmediato lo llevó a dirección, él con su risita de perro sarnoso se limitó a decir que la Lopna lo protegía. Se dio una fuerte discusión en la dirección, se dice que El Chompa sacó una pistola y apuntó al director, profesora y jefa de seccional. El caso salió por prensa, pues de la emoción, por supuesto nada agradable, al director le dio un infarto.

- Juan Diego Delgado queda expulsado.

Y cayó de bruces. El Chompa salió corriendo, el patio estaba abarrotado de alumnos que miraron perplejos como llevaba la pistola, un niño con un dulce en la mano. Ese día la escuela fue tomada por los municipales, quienes no desaprovecharon la oportunidad de coquetear con varias alumnas y lucir sus placas, uniforme y autoridad para luego disfrutar con ellas metiendo las manos como buscando el pulso en el pecho. Yo odiaba a esos tipos, eran unos fanfarrones.

Pasada una semana. Todo volvió a la normalidad. El Chompa, ahora con dos aros en sus orejas, y fumando dentro de los baños, llegó con aires de nuevo director, y lo fue. Entendimos todos que el futuro del Chompa era brillante, muy exitoso, dentro del mundo de la delincuencia, él mismo escribía en las paredes, yo soy la mafia. Junto a él se unieron cinco muchachos más, quienes se limitaban a decir a coro la Lopna nos protege.

Así fue como después de esos incidentes Kellys y Chompa se hicieron novios. Ella con la esperanza de regenerarlo y él con la esperanza de besar sus pechos, muy famosos por entonces porque su peso la encorvaban. De ahí que sus detractores le apodaran Tortuga prehistórica.

Nos perdimos en el Centro de Maracaibo, una ciudad bulliciosa, de edificios grises y gente de colores, cuya mirada encendida de calor arrebata grandes cantidades de agua al cuerpo. La gente caía a gotas, los autos también; para ese tiempo, la champeta sonaba, mientras los guajiritos despojados de sus bolsas de cambures se echaban a la calle a bailar. Tiempos donde la changatronic nos hacía delirar nuevamente y el reggaeton hipnotizaba nuestras caderas y senos.

- Chama, ya es tarde, vámonos, le decía a Kellys.

Ella pensativa, triste, consternada, se subió conmigo en el carrito que nos llevaría sólo hasta el Kilómetro 4 de la vía a Perijá. Me miró y comprendí todo, tan sólo le dije como para tranquilizarla: “Mañana”.

En la esquina de El Chepu

Llagamos azorados, aún con la sensación de espanto, cubiertos en risas, bromas y obscenidades. La esquina de El Chepu calentada bajo 40 grados centígrados se abría en el infinito y nos llevaba por inercia hacia donde estaba un grupo grande de personas, apostadas desde muy temprano esperando el café y una que otra noticia exagerada en hechos y palabras.

Fui deslizándome de nuevo entre un mar de gentes ordinarias, de aspectos más vulgares aún que los de la escuela, con lenguajes pestilentes propios de la basura y el abono, podridas, duras en tono, ricas y profundas en significados.

“No mi pana, a ese becerro lo mataron por sapo, nojoda, vaya saber la gente porque los tombos de mierdas estos aparecen en sus perreras, disfrazao con senda percha, uno cae espabilao, pana, por eso no vi güiro ni canté zona al chamín. Diantre, dos pepazos en el hocico pa que lo enviaran a comé gusano. Pero no importa, aquí nadie va pagá cana”.

Me confundía, por curiosear quise preguntarle a El Chompa si sabía qué pasó con El Chepu. Aún nada, viejo, alcanzó a decirme, como si de sus ojos vacíos saliera un sinfín de pensamientos y con ello atrapar con fruición de discípulo, de quien come con la vista para degustar las imágenes y almacenarlas en el alma, los detalles más insignificantes del ritual malandresco.

No había duda, El Chepu era uno de los duros, de los más duros: disparos, champetas, llantos, un me la pagarán malditos, repiques de celulares con Daddy Yankee, unas niñas con minifaldas mostrando sus partes tal como Dios las diseñó, café por doquier, ollas de peto, olores de fantasía, exaltantes de euforia, pistola al fundo, una miradita a la urna, que la compramos en cooperación, con esfuerzo, así dicen… “No mi pana, esos choferes del micro 9 son arrechos, armados con tremendas cabillas, mas yo le dije que colaborara, tú sabes, una hija, una mujer, lo iban a pagar”.

El Guajiro, El Caracas, Cara e Caucho, Cachete, Pelo e Guama, Cara e queso, Diente pintao, Miracielo, tío Tigre, Cristobita, Cocoyo, Randy, Jinete e Perro, El Pegao, Ballestero, Colla, Rambo, El Chuqui, El Indio, El Cóndor, Arturito, El Pare, Pastrana, Aidi, Orejita, Bolivita, Fernandito, Cristian, Boliqueso, Mister Capazzu y hasta unos policías regionales vinieron al velorio de El Chepu, unos para ver cómo quedó la zona y poder ellos controlarla, otros para gritar a todo pulmón que tomarían venganza de esta cruel y espantosa muerte, todos, por supuesto, asustados se apersonaron a saber por qué mataron al más bueno de los malandros y el más malo de los ciudadanos, era una criatura, una muerte prematura ante una vida prometedora, una irreparable pérdida al mundo hamponil, porque no había duda que a partir de allí, se desataría una gran matanza, en busca de los responsables, del accionante del arma casera, con chopos, unos viles y magros juguetes de fuego, dispuestos a ladrar con el impulso de un dedo, que se quema con el impacto.

Todos los presentes eran sospechosos, hipócritas fariseos, raza de víboras, venir a sus funerales no más para ver su rostro, esculcar sus facciones y tratar de sacar provecho a sus ademanes hoy congelados, como una forma indirecta de robar los talentos propios de un maestro como El Chepu o Diente Roto.

¿Diente roto? Sí, así lo llamaban, por eso que tú mismo causaste, te acuerdas, con la segunda base, me dijiste que eso lo repararía el cubano, pero fuiste incapaz de anotar la carrera, por miedoso, por mamita, te paraste a verle la boca a El Chepu, cuando la aspereza de la madre, más bien la aspereza de su mano, rompió de un arañazo tu cachete derecho, eso no lo contaste nunca, ni pensabas hacerlo. Diente Roto quedó, él te lo gratificó en su momento y con una sonrisita de esas de marisquito que tú tienes le agradeciste, luego te clavó un coñazo que estoy seguro que viste a tu madre en pantaletas. Lo que más te sorprendió fue la fama que conociste hoy, que ni tú y yo, mejor dicho, conocíamos, nos hacíamos miles de preguntas, coño, ¿será posible saber cómo lo mataron? ¿Cómo era tan conocido? ¿Era un malandro?

Yo insensible a la vida, fanático empedernido de Counter Strike, amante del reggaetón, no supe responder a todas estas incógnitas y misterios que se encerraba en torno a El Chepu, de hecho, nunca nos detuvimos a recordar su nombre, sus deseos, sus pensamientos. Qué frialdad, qué poca cortesía, qué amistad, yo miraba al resto de mis amigos quienes hipnotizados no dejaban de ver la urna, miraban y miraban, atontados, como en un espejo. Si todos jugábamos pelotica de goma a diario, vivíamos en la misma cuadra, escuchábamos la misma música, vestíamos con la misma marca, estudiábamos en la misma escuela, teníamos las mismas notas, los mismos regaños, el mismo equipo, la misma rutina, el mismo sol achicharrador, urente, asesino, sádico, muy cerca y tan lejos que estábamos, El Chepu, un malandro, el más grande, pero cómo, cuándo, dónde, quiénes.

Nosotros, perro sarnoso, nosotros fuimos quienes salimos de primaria, directo a robar las farmacias y panaderías, dispuestos a robar a nuestras madres, sabías; tú no eras nadie, la mafia éramos nosotros, quienes mandamos, somos la ley, los cartelúos, los altos panas. Así que mi chino, bájate de esas nubes, y pide una cola al cielo a ver si te entretienes, no ves que de tanto pensar te vuelves loco, así me decía mi padre, quien borracho a las diez de la noche, todos los días nos pegaba con las latas del rancho, el muy cínico era incapaz de darnos con la correa, después Dios hizo justicia, se ahorcó con la correa, mientras unos gusanos le comían el mismo falo con que nos engendró, por ahí dicen que fue una sífilis mal curada, pero de verdad es que yo hice fiesta el día que ese maldito murió. Eso sí, más allá de la tumba nos seguía, en forma de hambre, que era más dura que cualquiera de las latas del techo de mi rancho. Mi mamá montó un burdel y vendimos por la noche pinchos para ofrecer la droga, bien bueno el negocio, aunque burda de podrido, eso sí, unas ratas somos, nacemos pichones, y al tiempo los dientes nos crecen y rompemos todo, vaya ratas que somos, o es que acaso conocemos todo y lo sabemos todo, en cambio la rata sin saber nada se vuelve plaga aquí en Los Güequitos y en todas partes.

Miré a mi lado para sorprenderme de las piruetas y acrobacias de los danzantes quienes en torno a la urna escupían cerveza y gritaban viva El Chepu. El sitio donde estábamos, la famosa esquina de El Chepu, era una zona impenetrable, llena de ranchos y pasadizos por donde Los Mendoza, una banda organizada, vendía los pinchos haciendo creer a la gente que sanamente trabajaban para ganarse el pan.

El papá de El Chepu era flaco y estirado, desnalgado, feo de cara y sin dientes, usaba siempre franelillas blancas con pantalones azules. Según dicen, hace mucho que salió del ejército, otros que de la cárcel, lo cierto es que en su brazo derecho tiene tatuada una mujer desnuda, que le recuerda a una esposa muy amada que murió de una leucemia, o una sobredosis.

Ese día el padre de El Chepu se le veía más triste y desolado, la cara le dibujaba expresiones de desprecio y asco por la vida, El Chepu era el último hijo que le quedaba, de cinco que tenía, uno murió vendiendo bonice, en un cruce de tiros donde la policía perseguía a unos cobravacunas, la versión de prensa afirma que el muchacho se enfrentó con los funcionarios. Un segundo murió en una playa mientras se fue de fiesta con unos amigos, versiones extraoficiales aseveran que lo encontraron violando a una joven de 13 años en la playa. El tercero y el cuarto, murieron en un accidente de tránsito, aunque la versión de los fiscales coincide con lo del aparatoso accidente, aclararon que el auto no les pertenecía.

El último murió también, en una panadería, en extrañas circunstancias, las investigaciones adelantan que fue ajustes de cuentas, no por un helado de chocolate como gritó la señora Francia y que las malas lenguas se encargaron en perfeccionar y crear versiones literarias.

- Mi muchacho sí era bueno, éste sí era bueno, él estudiaba en el liceo, hasta tenía una noviecita que visitaba todos los días. No me daba mala vida, este sí era bueno, yo sí lo quería, de seguro esos malditos me lo ratificaron, sentenció el padre.

Ya nadie le creía, después de las brutales palizas con las latas del rancho, con lo primero que se encontraba para asestárselo a su hijo en la cabeza, lo amarraba de pequeño, le quemaba la mano con cucharas calientes, lo maldecía, lo botaba de casa cuántas veces se le ocurría, ahora viene con ese sainete de padre amoroso. No obstante en su borrachera, el padre de El Chepu lloraba desconsoladamente en una silla cuyo soporte era una tabla negra y mohosa, mientras que en el frente motos, disparos, música, aguardiente, convertían los funerales en un carnaval.

Todos estaban en zozobra, de un momento a otro llegaría la policía, llegaría otra banda a cobrar viejas rencillas, llegarían los choferes de micro 9 a enfrentar a los autores de los atracos y a reclamar los 10 buses secuestrados para el entierro de Diente Roto.

A mis ojos entraba una imagen patética, digna de los cuadros surrealistas, irónicos e irreverentes como los de Botero, varios de los malandros, con pistola en mano y cabezas cubiertas tomaron la urna, sacaron al muerto y en medio de la carretera lo pusieron a bailar, lo desvistieron, para luego vestirlo con bermudas, una franela de fútbol americano, una gorra de los Mets con forma de hongo, unas cadenas de perros con cruces de drácula.

Un morenito de unos veinticinco años, quienes todos llamaban tío Tigre, sacó una pelotica de goma. Jugaron toda la tarde con el muerto cubriendo la primera base. Me llamaron pero me negué, más por miedo que por cualquier otra cosa. Como por arte de magia, meditabundo, encogido de hombros, tomé mi bolso y caminando por las malezas y unos ranchos contiguos a la casa de los Mendoza, que más bien era la más exacta representación del infierno en la tierra o al revés, decidí volver a casa.

“Mañana”

Cuando Kellys salió temprano- como siempre lo hacía para llegar a clases- se dio cuenta de que el día había llegado. Estaba confundida, manos frías y ropa ajada, signos de su profunda desesperación. Seguramente Juan Diego la esperaba en la esquina de El Chepu para acompañarla, sin embargo, no fue así. Realmente la cosa se puso fea, pensó. Y sin atreverse a llamar, tomó su celular quinceañero, modelo rematado en promociones, para escribir el escuálido mensaje de “por favor llámame que es urgente”.

Cruzó la avenida principal por donde suelen pasar los micro 9, una ruta torturada por el demonio del hambre y vicio hamponil, arrasadas por Barba Roja o Morgan modernos. Ella iba justo a tomar el bus de Pomona en la avenida principal del barrio más cercano: El Gaitero, donde se escuchan más vallenatos que gaitas.

Tenía en su bolsillo dos mil bolívares, que El Papa, su padrastro, le había dado de muy buena gana, cosa rara en él, por haberle mentido a su mamá. Entre su padrastro y ella había un secreto tácito que los hacía cómplices y por ello aprovechaba además del dinero, el permiso para que ésta se encontrara con su futuro esposo.

Es que en su casa las circunstancias eran atroces, aparte del hambre y miseria en la que estaban viviendo, sin contar los maltratos que en antaño en sus borracheras el jefe de familia propinaba desde la madre hasta el más pequeño, el nuevo integrante que harían de El Papa y María abuelos, terminarían por destruir a este matrimonio ya en ruinas. En su casa vivían cinco, de los cuales la mayor y única hembra era ella y los menores andaban a la buena de Dios por las calles esperando aprender los talentos del tío Tigre, de quien todos decían era la mafia. “Y no es nada, se mete más cobres que cualquier médico, abogado o ingeniero estudiado”. El más pequeño lo cuidaba María, bueno, lo tenía, pues es más el tiempo que pasa con los médicos cubanos el pobre muchachito que en su casa.

Para los tiempos del embarazo de Kellys, ya la situación empeoraba, entre la madre e hija había también una alianza insólita: Kellys le decía a su padre que su mamá había encontrado trabajo en un hogar de cuidado diario y por las noches estudiaba en la Misión Ribas, esto último enfureció a El Papa, aunque dejó de quejarse cuando María puso en sus manos el primer dinero de la beca que recibió: orgulloso estaba el hombre de su mujer, tanto que inventó una excusa para pelear, luego contentarse, para finalmente pelear otra vez y liberarse cada quien, para verse con amantes desconocidos.

Así que con esas dos cartas contaba Kellys: “O me aceptan a Juan Diego o los sapeo y riego como pólvora el chisme por todo el barrio para que a los dos les dé vergüenza”.

En la escuela recibí su mensaje de texto, la esperé media hora, y nada, entonces decidí llamarla:

- Kellys, mija, ¿donde estáis?

- Esperándote a vos.

- Si yo te dije que te vinieras acá.

- Ay chama, es que se me olvidó, estoy asustada y de paso Juan Diego no me esperó, ¿lo viste?

- Nada que ver chama, por aquí no ha pasado, desde que mataron a Chepu ellos andan enconchados.

- ¿Que mataron a El Chepu?

- Oh, y no te habías enterado, hasta por Panorama lo pasaron, ¿estás en las nubes?

- Y quién no lo está con semejante rollo encima.

- ¿Le dijiste a tus “ejemplares”?

- No chama, pero cuando explote la bomba seguro que me van a matar, pero yo los tengo en mis manos, porque si se ponen cómicos, le cuento a medio barrio todo, porque ya sé hasta quién es el amante de mami.

- ¿No? ¿En serio? ¡Matame! Contámelo.

- Apenas llegue al liceo te lo digo todo.

Se calló la llamada, mi saldo no era suficiente para realizar otra llamada, la emoción de encontrar la pieza que faltaba en este rompecabezas me comía de la curiosidad. Al vacío de mis angustias con todo este enredo de mi amiga, se lanzó otra más urgente, inmediata, debía llamar a la doctora Zoraida Huerta, una médica obstetra, de la clínica Santísima Trinidad, ubicada cerca de Galerías, un centro comercial con una pista de hielo, donde solíamos ir a ver a las cifrinas patinar todos los fines de semana. Así que salí directo a llamarla en el primer centro de comunicación ambulante para pautar la cita que le prometí a Kellys, porque la Kathe siempre cumple con su palabra.

Jenirée Fernández Morillo

El día cuando Jenirée Fernández Morillo murió jamás imaginó que sería de lo que había su misma suegra, una enfermera profesional en ejercicio, sugerido. Y pensar que la muchachita sí que apreciaba a su suegrita. “No te preocupes mi vida, no eres la primera ni serás la última”, así la tranquilizaba. Por la mente de esta joven giraban miles de sueños y esperanzas, la vivacidad de sus ojos y expresiones risueñas eran sus eternas acompañantes. Estudiaba secretariado comercial en el liceo Jesús Enrique Lossada, donde luego egresaría para estudiar en la Universidad administración o algo parecido para darle muchas satisfacciones a su madre Lorenza.

En las tardes se iba a casa de una tía, quien atendía un salón de belleza, para ayudarla con los menesteres del manicure y pedicure muy a la moda con las uñas en gel, asimismo aprovechaba en secar cabello y una que otra limpieza de cutis, con lo cual ganaba honestamente lo necesario para una jovencita bonita y honesta de quince años.

Casualidad que un lunes por la tarde la tía había salido de emergencia a comprar unos enseres esenciales para su negocio, esa tarde Jenirée no encontraba qué hacer y decidió irse al Ciber café más cercano. Entre los piropos y halagos de Kelvin, dueño del local, colocó sus dedos bien cuidados con figuritas irreconocibles pero de hermosas combinaciones en azul y rosado sobre el teclado, cupido informático, diablillo de travesuras y flechas virtuales, para iniciar la sesión de mensajero en su cuenta de correo electrónico. Sus bucles se movieron al tiempo que con sus marrones ojos, apareció el dardo que dio a sus ojos ese soplo lacónico y rupestre de la pantalla del computador:

@ngel crazy1220 quiere ser su amigo y nuevo contacto, ¿desea agregarlo?

Meditabunda y encogida de hombros cerró sus ojos marrones para traer a colación aquella mañana en el liceo cuando entró en el pasillo de contabilidad y vio a ese joven alto, blanco, apuesto, quien con mirarla la hizo estremecer, el corazón le latía y la sonrisa traicionera le hizo la broma de corresponderle, al fin y al cabo quien podía correrle al amor en su línea de fuego. Sí, ese debe ser el Ángel loco a quien yo le di mi Messenger.

¿Cómo no lo iba aceptar? Ángel Iriarte Silva era ese muchacho con el que siempre había soñado, una dulzura tan sólo decía, su silencio y timidez falsas le daban una enigmática forma de ser que le hacían recordar las canciones de Sin Bandera. A la invitación del mesanjero aceptó y de inmediato comenzó a hablar o mejor dicho a chatear:

@ngel crazy1220 dice:

HOLA MI AMOR, SABES QUE PENSÉ, QUE NUNCA IBAS A AGREGARME A TUS CONTACTOS.

En el corazón de Jenirée había erupciones y le temblaban las manos.

@ngel crazy1220 dice:

Q PASO BABY, T COMIERON LAS TECLAS LOS RATONES.

Ella sonrió por fin se decidió a escribir:

LA VIDA ES UN SUEÑO, HAY QUE APROVECHARLA AL MÁXIMO DICE:

Para nada, es que estaba ocupada investigando una tarea.

@ngel crazy1220 dice:

Q estudiosa y eso es lo que más me gusta, sabes, en estos días hay pocas muchachas serias y honestas y desde que te vi, sentí eso, tú me inspiras confianza, sabes, me gustas.

LA VIDA ES UN SUEÑO, HAY QUE APROVECHARLA AL MÁXIMO DICE:

Vas muy deprisa, tú me pareces muy lindo, algo tímido, pero también sincero. Más bien me asombro de lo lanzado que estás en el MSM.

@ngel crazy1220 dice:

Y cuéntame haz tenido novio, como han sido esas esperiencias.

LA VIDA ES UN SUEÑO, HAY QUE APROVECHARLA AL MÁXIMO DICE:

Bueno, es muy larga la historia, pero no hac mucho tiempo terminé con él, de hecho el fui mi pareja principal en mis quince. Lo quise mucho, pero lo dejé por celoso, era muy lindo, muy detallista, pero los celos lo acabaron todo.

@ngel crazy1220 dice:

X lo menos yo no sufro de eso, yo siempre pienzo q la confiansa es lo primero y los celos son falta de confiansa. Yo de hecho nunca he tenido una novia soy muy tímido, pero desde que te vi supe que eres la mujer de mi vida

.

LA VIDA ES UN SUEÑO, HAY QUE APROVECHARLA AL MÁXIMO DICE:

Tampoco exageres ni te pases de cursi, lo primero es lo primero y pienso que debemos conocernos, todavía no termino de asimilar la ruptura con mi novio y si te soy sincera aún siento algo por él.

@ngel crazy1220 dice:

Eso a mí me da más fuerza para luchar por ti, te demostraré que seré tuyo hasta que la muerte nos separe.

Jenirée sintió una punzada, seguramente alguna postura incorrecta frente al teclado y tantas veces que la profesora de comercio se los recordaba, “siéntense bien, ninguna secretaria puede estar en esa forma como ustedes lo hacen”, pero quien no iba a estar sentada así frente al monitor ante semejantes promesas de amor, era el primer muchacho quien se atrevía a tanto, algo le decía que Ángel Iriarte Silva era el hombre de su vida.

LA VIDA ES UN SUEÑO, HAY QUE APROVECHARLA AL MÁXIMO DICE:

Nos vemos mañana frente al liceo…

Ángel y Jenirée no durmieron en toda la noche cada uno soñando con el otro.


Janeth Coromoto Silva

Enfermera de 42 años, hija de Juana Silva y Manuel Bravo, quien nunca le quiso dar su apellido, pues murió pensando que ella no era su hija, por ello, desde que su mamá Juana la concibió, Manuel, furibundo, con los puños incendiados en odio, se despidió de su primera novia con un derechazo y un hasta nunca “puta rastrera”. La bebita que se concebía sintió las dentelladas de su creador, los odios inesperados que nunca quiso tener, heredó rabia, remordimiento, su madre la quería perder también, renegaba en las noches, la bebita sin saberlo sentía las lágrimas de su mami, y tan contenta que estaba por venir al mundo, la bebita claro está, pero sentía allá afuera que todos estaban tristes y molestos, ella sería una carga más, una hija sin padre y con dolores de vida sin haber nacido.

Año y medio había pasado de su encuentro frente al liceo y por todos lados se prodigaban amor, ya Jenirée había olvidado por completo a su ex-novio y entregado a cuerpo y alma a los detalles y sorpresas a las que Ángel la tenía acostumbrada, hasta un árbol cercano al ciber café sirvió para sellar su pacto de amor con un gigantesco corazón esculpido en medio del tronco. Janeth nunca le gustó esa tal Jenirée, le parecía de ese tipo de niñas resbalosas, quienes con sus atributos y cuerpecito de mujer querían amarrar a esos muchachos adinerados y con futuro, “no, mi hijo será un gran médico como su padre”. Sin duda Janeth estaba amargada, desdeñosa de los grandes amores, muy en el fondo se veía reflejada, dibujada en una caricatura de aquella bebita en el vientre que escapó a los tentáculos de una pinza y a los efectos del cytotex, que triunfó con la vida, aunque de grande su vida se pareciera más a la muerte.

La primera vez que se encontró frente a la casa de Jenirée sintió desprecio profundo, un asco indetenible que le carcomía el alma, de allí que siempre se excusara ante su hijo Ángel de no bajarse a saludar a su suegra Lorenza, ella tan sólo bajaba el vidrio del carro o tocaba la bocina en sustitución del abrazo o el beso en la mejilla muy de uso entre la gente.

A la señora Lorenza nunca le parecía esta actitud, con año y medio de noviazgo entre los muchachos, la madre del novio no se dignaba a pisar el suelo de su casa, no, Jenirée vas a tener que hablar con Ángel, eso no se hace, a mí no me cuadra, ¿te parece normal esto?

- No mami, la suegrita me quiere mucho, ella hasta me aconseja.

Madre es madre al fin, las corazonadas de Lorenza Morillo fueron ciertas, meses después Jenirée se hizo mártir, ejemplo para el escarmiento, de aquellas niñas que mueren producto de un mal moderno, colosal masacre humana que en el remordimiento de conciencias supera al holocausto alemán, invasiones bárbaras y muertes por hambre: El Aborto.

El aborto

¿Es como un veneno para ratas usado por la humanidad para justificar sus comportamientos bajos, sus comportamientos más bien de ratas? ¿Es una forma de justificar lo injustificable? ¿Con esto acabamos la vida de los niños no deseados productos del deseo o acabamos los deseos de los niños de la vida? ¿Prevenimos que niños se mueran de hambre y no pasen trabajo? ¿Una solución al problema o problema más a la solución? ¿Es borrar los errores no asumidos sin asumir que somos productos de ese mismo error? ¿Es negarle la posibilidad al genio de venir al mundo sin escribir poemas ni siquiera respirar o latir su corazón o es arrancarle el poema de las manos sin derecho al oxígeno y al sonido de sus versos?

El peor crimen del mundo es este, pues es condenar a un inocente sin haber cometido delito alguno, es crucificarle sin hacer nada, es atentar contra la vida misma como expresión de Dios. No bastarían fosas comunes, cementerios, mausoleos, criptas, en el mundo para calcular la cantidad de seres inocentes que mueren producto de esta práctica infame e impía, la más cruel de todas, porque es poner a pagar a otros las culpas propias, es más sencillo contar los granos de arena del planeta que los niños que mueren por aborto.

Janeth al enterarse del embarazo de la muchachita resbalosa, al monstruo de sus entrañas que muchas noches de sueño le restó, a la angustia de que la carrera pródiga de su hijo se fuera a la mierda, al que dirán sus familiares y, sobre todo, al triunfo de esa marginalita quien a punta de besos y atenciones le quería robar a su hijo, no dudó en sugestionar a los jóvenes desconcertados indicándoles que el aborto era la vía más expedita y segura para evitar dañarles el futuro, “ay mis hijos, se arruinarán la vida con un bebé, ustedes están muy jovencitos, primero hay que estudiar, sobre todo tú mija, tú sabes que yo te quiero mucho y lo mucho que aprecio a tu familia”.

- Y cómo es eso suegrita, a mí me da miedo, yo sé que mi mamá comprenderá.

- Verdad es, mamá, yo me casaría con ella, se hace el esfuerzo, eso del aborto es muy peligroso.

- Nada de eso, ustedes no saben de la vida, además yo soy enfermera y he visto tantas mujeres en eso que salen enteritas y hasta más sanas. Y me extraña de ti, Ángel, tú que deseas entrar en la Universidad del Zulia para estudiar medicina. Y no se preocupen, mi esposo y yo conocemos a fondo el mundo de la medicina, imagínense, él médico y yo enfermera. No hay porqué preocuparse, parecen bobos. Además, mija, no eres la primera ni serás la última.

Los dos jóvenes amantes ante tamaña amenaza no tenían otra opción que asentir y aceptar todo lo que Janeth sugería, ella era la sabia, la experta, inclusive sus años de madre y enfermera le concedían autoridad, sin sumar el manto encubridor del marido, también médico y director, dicho sea de paso, de un hospital, con todas estas razones los chicos quedaron inermes como el ser que en las entrañas de Jenirée comenzaba a crecer ansioso en razón de los planes de sus padres bisoños: “Si es niña le pondremos Janeth Lorenza y si es niño le pondré tu nombre mi amor”, decía ilusionada Jenirée, quien con la noticia de darle un hijo a su adorado Ángel la hacía sentir en el cielo, así como también responsable porque trabajaría horas extra con su tía para darle lo mejor a su hijo.

La semana después de la conversación con su suegrita, Jenirée se la pasó triste y deprimida, su sonrisa, sus bromas y sus cariños se habían esfumado, durante las noches lloraba, además que tenía igual número de días sin ver a Ángel. Qué desdicha para la joven. En la peluquería, su tía sí había notado el cambio.

- Ay China, vos sí estáis rara, contame, qué tenéis, por qué estáis tan triste.

- Nada, estoy peleada con Ángel.

Yo sí te decía que ese muchacho a mí no me gustaba para nada, tenía algo extraño, le decía una amiga a Jenirée cuando ésta le confesó su embarazo. Entre sollozos y lamentos, la amiga le imploró que tuviera la criatura, “nosotras te ayudamos, recogemos en el liceo, yo seré la madrina, no te preocupéis salimos adelante y dejas a ese bobo, gallo”.

La suegrita esa misma tarde llamó a Jenirée.

- Mija, ya contacté a una colega de mi esposo, trabaja en la clínica “Santísima Trinidad”, se llama Zoraida Huerta, ella es excelente, lleva años.

- Suegrita, ¿dónde queda eso?

- Por La Limpia, pero me esperas en Galerías para no levantar sospechas.

- Ok, suegrita, un beso, y Ángel…

La suegrita colgó. Ese fue el último día de Jenirée antes de su agonía.

Santísima trinidad

La sala de espera era fría y gris, vacía como un eco. Jenirée, angustiada, esperó a Janeth por más de una hora. Tocando las puertas de la muerte, alicaída, la bebé, desde lo más profundo de las entrañas, sonó su corazón en la conciencia de su mamá. Una lágrima brotó, y la púber madre decidida se levantó dispuesta a escapar y contarle todo a Lorenza, acabar con esa pesadilla y tener a su hijo… Total, si algo es tuyo volverá a ti… Yo sé que Ángel me ama y si es valiente vendrá conmigo… Yo no sé por qué me dejé envolver así.

- Adónde crees que vas, mija linda. Conoce a la doctora.

- Zoraida Huerta.

La muchacha estrechó la mano dura y asesina, cayó al suelo.

- Qué tienes, muchacha, vamos reponte, que esto pasará rápido, como te dije no serás ni la primera ni la última, repuso la suegra.

- No he comido nada.

- Y no vaya a comer, necesito que esté en ayuno, apuntó la doctora.

- No te preocupes colega, yo le expliqué a la niña.

El Sol se ocultó. Las tres entraron al pabellón.

Agonía

Eran las once de la noche. El ventilador escupía fuego. Lorenza necesitaba beber agua, esa calor del demonio me va venir matando de un infarto, pero… Una línea de sangre que nacía en la habitación de sus hijas llamó su atención, un susto le arrebató en el pecho una punzada y como queriendo soñar y estar sólo en un mal momento siguió el hilo oscuro… pero el sudor le ardía en los ojos.

- Mi China, qué tenéis, qué te pasa, qué te hicieron.

- Ay mami, ay mami, me duele, me duele, esa es la regla que me llegó pero no entiendo.

Los sollozos y el temor levantaron entera a la familia Fernández Morillo, todos se fueron al hospital; Lorenza no lo podía creer, Jenirée parecía muerta en vida, pálida, desmayada… Apenas abría los ojos…

Y como va ser posible esto, si mi muchachita me lo cuenta todo, ay mi Dios, verla así me parte el alma, no puede ser, quién me le hizo esta maldad, yo sé que algo raro pasa aquí y nadie me lo quiere decir. Ay que dolor llevo en el alma, si algo me le pasa a mi niña, tan bonita, tan estudiosa, tan buena hija, me muero; no, no, yo creo que eso que le dio debe ser una apendicitis o un periodo descontrolado, roguemos a Dios porque no sea nada malo.

El médico apareció, espectro de pasos gruesos, semejante a la muerte en carne, el corazón de Lorenza latía un mal presagio, madre es madre al fin.


El vuelo de la Kellys

Y vi como cayó de sus manos el pedazo de periódico.

- Kellys, ¿qué pasa?

Vámonos, no aguanto un minuto más aquí… Y el periódico voló en medio de la calle dando vueltas al infinito. Jamás vi así a Kellys, su rostro era la viva expresión del miedo y la melancolía, lloraba.

- Pero qué viste en ese periódico.

No entendía por qué después de tanto afán por terminar con este problema, la Kellys me sale con berrinches y arrepentimientos ahora, tan sólo pensar que sí me costó acordar la cita. Hastiada de tanto silencio, me conformé con mirar la calle y esperar a que mi amiga nuevamente contuviera el llanto.

Un kiosco me lo dijo todo:

“Después de 15 días de agonía”

Jenirée muere en la UCI del Universitario

¿Y quién será esa tal Jenirée?

- Esa muchacha murió en ese sitio donde pensabas llevarme.

- Nooo.

Quedé pasmada.

- Ay amiga, perdona…

- Qué, y casi me matan… Yo que también soy cabeza loca.

- Pero, tú sabes, de un millón, una… Tampoco exageres.

- Esa doctora le dejó residuos adentro.

Quedé pensativa.

- Bueno, al mejor cazador se le escapa la liebre, no eres la única no serás la primera, es más, tú sabes que yo me lo practiqué con ella y mírame, enterita estoy.

- No chama, por más, yo prefiero tener mi bebé, total, yo sé que mami lo cuidará, así hizo con el Niño, llevó a la que empreñó y allá está cuidando el bebé.

- Ay sí, quién sabe si es de tu hermano, yo siempre lo vi raro con el Ale.

- Yo no me meto en la vida ajena y si juega para los dos equipos, mejor.

La mañana seguía nublada, el Sol de luto… Jenirée muerta…Kellys embarazada.

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