Por Antonio Pérez Esclarín
Así se titula mi último libro (San Pablo, 2010) que salió publicado hace un par de meses. Escribí el libro, como digo en la presentación, con la intención de ayudar a los padres a que asuman en serio su papel de primeros y principales educadores de los hijos.
La experiencia me confirma que la familia es la escuela más importante (de valores o de antivalores) y que es muy poco lo que podemos hacer los educadores si no contamos con el apoyo y la alianza de los padres. De ahí la urgente necesidad de trabajar articulados y abordar juntos la tarea apasionante de educar a los hijos. Para ello, tenemos que hacer todos grandes esfuerzos por superar el actual desencuentro y estrechar lazos cada vez más firmes y sólidos entre familias y escuelas, maestros y padres.
Si los padres dan la vida, padres y educadores juntos debemos dar sentido a la vida. Esta es la principal tarea educativa de padres y maestros: enseñar a vivir plenamente, que es enseñar a convivir y es enseñar a vivir para los demás, es decir, enseñar a amar, enseñar a servir.
Nos dieron la vida, una vida maravillosa, pues todos somos únicos e irrepetibles, hechos a imagen y semejanza de Dios y queridos infinitamente por Él, creados, en consecuencia, para el amor y la felicidad. Pero no nos dieron la vida hecha. Los seres humanos somos los únicos que podemos elegir cómo ser. Nuestro porvenir es por-hacer.
Los animales, en cierto sentido, tienen su destino marcado en su código genético: un perro no puede plantearse cómo ser mejor perro, una abeja no puede decidir hacer la colmena de otra forma, ni una hormiga tiene libertad para trabajar o ser floja, para quedarse tranquila en el hormiguero, mientras las demás salen a buscar la comida. En cambio, los seres humanos somos libres para decidir lo que queremos ser.
Podemos hacer de la vida una rutina aburrida de días sin sentido, dejándonos vivir por la superficialidad y la vanidad, o hacer de ella una semilla de vida, una fuente de cariño y de paz.. Podemos elegir vivir amargados para amargar a los demás, o vivir felices para hacer felices a los demás. Podemos elegir ser portadores de violencia, destrucción y muerte, o ser constructores y dadores de vida.
Uno puede en su familia ser un tirano, un manipulador, un mandón, o un creador de alegría y cariño; puede ser distante con los vecinos o puede ser cercano y servicial; puede despreciar a los que son de otra raza, condición social o pensamiento político, o puede tratarlos con especial respeto y amabilidad. Puede, en definitiva, vivir su vida para defender la vida, para dar vida, o vivir para aportar destrucción y muerte.
Esta es la grandeza y el riesgo de la libertad humana: por eso, los seres humanos hemos sido capaces de inventar los aparatos de tortura, los campos de concentración, las armas de exterminio…, pero también hemos inventando las medicinas, los aparatos musicales, los poemas, los templos. En la historia han convivido y conviven los santos con los asesinos, los héroes con los villanos, los que utilizan su poder e inteligencia para servirse de ellos y aplastar o dominar a los demás y los que los utilizan para servir a los demás.
Hoy se ha puesto de moda la planificación estratégica. Empresas e instituciones de todo tipo exhiben su misión y su visión, y se esfuerzan por definir sus objetivos estratégicos y operativos. Pero muy pocas personas se plantean hacer la planificación estratégica de sí mismos, elaborar su proyecto de vida, determinar con claridad cuál es su misión y su visión, sus metas, sus valores no negociables, sus posibilidades, cualidades y defectos, a qué dedican sus esfuerzos y energías, qué quieren hacer con su vida, cómo se imaginan realizados y felices y qué van a hacer para ello.
Si educar es enseñar a vivir, a convivir y a dar vida, es evidente que esta debe ser la tarea esencial de los padres si en verdad quieren que sus hijos encuentren su plenitud y vivan felices. Sin embargo, hoy la mayoría de los padres han renunciado a su papel de primeros y principales educadores de sus hijos, y delegan en la escuela sus responsabilidades educativas. Tenemos así la terrible contradicción de padres que no saben cómo educar a uno, dos o tres hijos y esperan que un maestro eduque a cuarenta. Mi nuevo libro quiere ser un pequeño aporte para que los padres retomen su papel de educadores esenciales y lo vivan al lado de los educadores de sus hijos.
Profesor / Filósofo