Por Antonio Pérez Esclarín
Si bien hoy se insiste mucho en la necesidad de una buena alfabetización tecnológica, es todavía más urgente y necesaria la alfabetización emocional, la educación de la afectividad, pues cada vez más personas, sin importar los títulos, profesiones o riquezas que tengan, son unos analfabetas en cuestiones del amor, incapaces de manejar sus emociones y sentimientos y de comprender las emociones de los demás, incapaces de salir de su egoísmo para abrirse a los demás.
A partir de las investigaciones de Howard Gadner sobre los múltiples tipos de inteligencia, Daniel Goleman centró su estudio en la inteligencia emocional, que describe como la capacidad de reconocer nuestros propios sentimientos y los ajenos, de motivarnos y manejar bien las emociones, en nosotros mismos y en nuestras relaciones. Goleman empezó preguntándose por qué personas muy inteligentes no triunfan en la vida, y en cambio otras, con muchísimo menos coeficiente intelectual, llevan una existencia feliz y muy exitosa. De sus investigaciones, Goleman concluyó que las cinco aptitudes emocionales necesarias para una afectividad madura, una convivencia pacífica y una vida feliz, son el autoconocimiento, la autorregulación de las emociones, la motivación, la empatía y las habilidades sociales, tema que desarrolla con amplitud en su afamado bestseller, “Inteligencia emocional”.
En el libro, Goleman describe con brochazos vivos la creciente deshumanización de nuestras sociedades carcomidas por la violencia, la inseguridad, la depresión y la soledad:
“En la última década hemos asistido a un bombardeo constante de este tipo de noticias que constituye el fiel reflejo de nuestro grado de torpeza emocional, de nuestra desesperación y de la insensatez de nuestra familia, de nuestra comunidad y, en suma, de toda nuestra sociedad.
Estos años constituyen la apretada crónica de la rabia y la desesperación galopantes que bullen en la callada soledad de unos niños cuya madre trabajadora los deja con la televisión como única niñera, en el sufrimiento de los niños abandonados, descuidados o que han sido víctimas de abusos físicos o incluso sexuales. Este malestar emocional también es el causante del alarmante incremento de la depresión en todo el mundo y de las secuelas que deja tras de sí la inquietante oleada de la violencia: escolares armados, accidentes automovilísticos que terminan a tiros, parados resentidos que masacran a sus antiguos compañeros de trabajo, etcétera. Abuso emocional, heridas de bala y estrés postraumático son expresiones que han llegado a formar parte del léxico familiar de la última década”.
Para superar esta triste situación Goleman plantea “la urgente necesidad de aprender a dominar nuestras emociones, a dirimir pacíficamente nuestras disputas y a establecer, en suma, mejores relaciones con nuestros semejantes. Durante mucho tiempo, los educadores han estado preocupados por las deficientes calificaciones de los escolares en matemáticas y lenguaje, pero ahora están comenzando a darse cuenta de que existe una carencia mucho más apremiante: el analfabetismo emocional.
No obstante, aunque siguen haciéndose notables esfuerzos para mejorar el rendimiento académico de los estudiantes, no parecen hacerse grandes cosas para solventar esta nueva y alarmante deficiencia. En palabras de un profesor, ‘parece que nos interesara mucho más su rendimiento escolar en lectura y escritura que si seguirán con vida la próxima semana’…
Si existe una solución, ésta debe pasar necesariamente por la forma en que preparamos a nuestros jóvenes para la vida. En la actualidad dejamos al azar la educación emocional de nuestros hijos con consecuencias más que desastrosas. Como ya he dicho, una posible solución consistiría en forjar una nueva visión acerca del papel que deben desempeñar las escuelas en la educación integral del estudiante, reconciliando en las aulas la mente y el corazón…Quisiera imaginar que, algún día, la educación incluirá en su programa de estudios la enseñanza de habilidades tan esencialmente humanas como el autoconocimiento, el autocontrol, la empatía y el arte de escuchar, resolver conflictos y colaborar con los demás”.
Algo semejante piensa Maturana cuando plantea que necesitamos evolucionar de la educación centrada en el conocimiento a la educación centrada en la formación para la convivencia productiva y democrática.
Profesor / Filósofo
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