Estaban todos amontonados en la esquina. El sol caía a pedazos en la frente. Al final de la calle, donde no caben más charcos, venía invicto, con el casquito más brillante que nunca, un carrito de Socorro, aunque de verdad a esa hora, le venía muy a tino su nombre. Todos nos lanzamos, allá te va una jauría esmollejada, lacónicamente llevada por el sudor y las ganas de escapar al hedor de los charcos. Yo tomé la puerta delantera, mientras que una mujer con un niño en brazos (sin alusiones a advocación alguna) cogió por la izquierda como tratando de ganar tiempo y espacio en la endemoniada competencia del carrito… Sin embargo, el chofer, hombre malhumorado por vocación, dueño y señor de los charcos, quien por razones del destino desconocía desodorante de bolita o rociador o crema o en gel, increpó a la ahora martirizada mujer:
- Noooo, por la izquierda no, Usted sabe que la izquierda siempre está torcida, nunca abre.
Los malos pensamientos y mi risa malvada, una risa de Nicolás, estiraron como ligas mi boca, mientras que el señor de los charcos arremetía por segunda vez, ya con voz paternal y casi mesiánica:
- Siempre debe tomar por la derecha, la izquierda nunca sirve. La derecha siempre abre, no entiendo por qué algunos se les ocurre ir por la izquierda- haciendo un énfasis odiosito- todo el mundo, digo yo, siempre debe ir por la derecha, jamás por la izquierda, la derecha es la que sirve.
La virgencita de Socorro, del charco, como bien usted quiera llamarla, apenada entró al carrito, sin chistar; la necesidad tiene cara de perro dije yo, escuchar semejante alusión me dio hambre y miles de reflexiones en torno a las puertas que cierran o que no abren estén donde estén.
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