Texto:
Antonio Pérez Esclarín
El arte de
educar supone combinar acertadamente el cariño y la firmeza. La firmeza, sin
cariño, degenera en autoritarismo y sobreexigencia y desencadena fácilmente en
el niño sentimientos de miedo o rigidez. Pero el cariño, sin firmeza, se
convierte en el permisivismo del “todo vale”, privando al niño de referencias
seguras. Si en el primer caso, el niño corre el riesgo de volverse rígido o
temeroso, en el segundo crecerá inseguro y caprichoso, sin recursos ante las
dificultades y, en consecuencia, ante los problemas se deprimirá u optará por
salidas superficiales o violentas.
Si no
sabemos combinar cariño con firmeza, no estaremos ayudando a los niños a crecer
seguros y felices. La ley del péndulo ha regido también en el campo educativo:
de una educación marcadamente autoritaria, estamos pasando a otra permisiva,
con la falsa idea de que cualquier frustración causa traumas irreparables. Si
esta teoría prende en padres que temen que sus hijos dejen de quererles si les
ponen límites, no resulta difícil imaginar las consecuencias desastrosas a las
que puede conducir. Tan desastrosas que se están levantando voces enérgicas
reclamando la atención sobre los riesgos de tal modelo educativo. Me referiré
aquí solamente al libro “El pequeño dictador: cuando los padres son las
víctimas”, escrito por Javier Urra, psicólogo clínico y pedagogo terapeuta, que
fue también el primer Defensor del Menor en España. Urra aconseja que, desde el
principio, acostumbremos a los niños a no darles todo lo que pidan.
Ellos deben
valorar las cosas, aprender a esperar, a soñar, a esforzarse por conseguir lo
que desean, y a no frustrarse cuando no lo pueden obtener. De no hacerlo,
empiezan por no darle valor a las cosas y terminan por no darle valor a las
personas. Es muy positivo hacerles saber que hay otros niños que no tienen
juguetes, que no tienen nada, que compartir proporciona felicidad. El niño ha
de ser rico, pero más que por las cosas que tiene, por el número de sonrisas
que recibe y por el tiempo de calidad que disfruta con sus familiares. Formar
hijos íntegros y humanos no es tarea fácil pues hoy existe una gran presión
social y familiar para educarlos en un mundo de consumismos, complacencias,
mediocridades y flojera.
Por ello,
necesitamos padres valerosos, verdaderamente comprometidos en la formación del
carácter y el corazón de sus hijos. Educar exige constancia, entrega, disgustos
y sonrisas compartidas. Exige sobre todo coherencia y mostrarse como ejemplo de
los valores que se quieren inculcar. Educar no admite desánimo ni vacaciones.
Es un programa de vida enmarcado en un clima de alegría, responsabilidad,
comprensión, apoyo y exigencia. Sin embargo, en nuestros días, y sobre todo en
las clases más acomodadas, pareciera que lo fundamental es complacer en todo a
los hijos, para evitar enfrentarlos y contradecirlos, sin caer en la cuenta de
que esa actitud puede causarles confusión y ser el origen de conductas
egoístas, impulsivas y agresivas.
Estamos
enfermos de consumismo, permisividad e hiperhedonismo. Dar a los niños todo lo
que piden: juguetes, dinero, objetos, dejarles hacer lo que quieran, ceder ante
sus deseos es un gravísimo error, pues estaremos haciendo de ellos unos seres
egoístas y caprichosos. Los que nunca se esforzaron ni vencieron de pequeños,
harán lo mismo de adultos. Serán personas irresponsables e inmaduras, siempre
con excusas, caprichosos y agresivos, que se la pasarán culpando a los demás de
sus problemas e intentarán resolverlos por medio de la violencia. Si bien los
padres no deben ser autoritarios, no pueden renunciar a ejercer su autoridad.
La palabra autoridad viene del latín, auctoritas, que significa hacer crecer,
ayudar a ser más y mejor. Las palabras auge y aupar, son primas hermanas de
autoridad.
La verdadera
autoridad proporciona seguridad, hace crecer la autoestima. Supone decir un no
decidido en las ocasiones que sea preciso, y no ceder convirtiéndolo en sí; no
halagar si no hay motivos, enseñar a esforzarse, a ser ordenado y responsable.
Los niños deben aprender desde pequeños que lo que realmente vale cuesta, y que
lo que conseguimos con nuestro esfuerzo tiene más valor y provoca más
satisfacción que lo que se nos da gratuitamente.
Profesor /
Filósofopesclarin@gmail.com
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