sábado, 19 de noviembre de 2011

Educar con cariño y con firmeza

Texto: Antonio Pérez Esclarín

El arte de educar supone combinar acertadamente el cariño y la firmeza. La firmeza, sin cariño, degenera en autoritarismo y sobreexigencia y desencadena fácilmente en el niño sentimientos de miedo o rigidez. Pero el cariño, sin firmeza, se convierte en el permisivismo del “todo vale”, privando al niño de referencias seguras. Si en el primer caso, el niño corre el riesgo de volverse rígido o temeroso, en el segundo crecerá inseguro y caprichoso, sin recursos ante las dificultades y, en consecuencia, ante los problemas se deprimirá u optará por salidas superficiales o violentas.

Si no sabemos combinar cariño con firmeza, no estaremos ayudando a los niños a crecer seguros y felices. La ley del péndulo ha regido también en el campo educativo: de una educación marcadamente autoritaria, estamos pasando a otra permisiva, con la falsa idea de que cualquier frustración causa traumas irreparables. Si esta teoría prende en padres que temen que sus hijos dejen de quererles si les ponen límites, no resulta difícil imaginar las consecuencias desastrosas a las que puede conducir. Tan desastrosas que se están levantando voces enérgicas reclamando la atención sobre los riesgos de tal modelo educativo. Me referiré aquí solamente al libro “El pequeño dictador: cuando los padres son las víctimas”, escrito por Javier Urra, psicólogo clínico y pedagogo terapeuta, que fue también el primer Defensor del Menor en España. Urra aconseja que, desde el principio, acostumbremos a los niños a no darles todo lo que pidan.

Ellos deben valorar las cosas, aprender a esperar, a soñar, a esforzarse por conseguir lo que desean, y a no frustrarse cuando no lo pueden obtener. De no hacerlo, empiezan por no darle valor a las cosas y terminan por no darle valor a las personas. Es muy positivo hacerles saber que hay otros niños que no tienen juguetes, que no tienen nada, que compartir proporciona felicidad. El niño ha de ser rico, pero más que por las cosas que tiene, por el número de sonrisas que recibe y por el tiempo de calidad que disfruta con sus familiares. Formar hijos íntegros y humanos no es tarea fácil pues hoy existe una gran presión social y familiar para educarlos en un mundo de consumismos, complacencias, mediocridades y flojera.

Por ello, necesitamos padres valerosos, verdaderamente comprometidos en la formación del carácter y el corazón de sus hijos. Educar exige constancia, entrega, disgustos y sonrisas compartidas. Exige sobre todo coherencia y mostrarse como ejemplo de los valores que se quieren inculcar. Educar no admite desánimo ni vacaciones. Es un programa de vida enmarcado en un clima de alegría, responsabilidad, comprensión, apoyo y exigencia. Sin embargo, en nuestros días, y sobre todo en las clases más acomodadas, pareciera que lo fundamental es complacer en todo a los hijos, para evitar enfrentarlos y contradecirlos, sin caer en la cuenta de que esa actitud puede causarles confusión y ser el origen de conductas egoístas, impulsivas y agresivas.

Estamos enfermos de consumismo, permisividad e hiperhedonismo. Dar a los niños todo lo que piden: juguetes, dinero, objetos, dejarles hacer lo que quieran, ceder ante sus deseos es un gravísimo error, pues estaremos haciendo de ellos unos seres egoístas y caprichosos. Los que nunca se esforzaron ni vencieron de pequeños, harán lo mismo de adultos. Serán personas irresponsables e inmaduras, siempre con excusas, caprichosos y agresivos, que se la pasarán culpando a los demás de sus problemas e intentarán resolverlos por medio de la violencia. Si bien los padres no deben ser autoritarios, no pueden renunciar a ejercer su autoridad. La palabra autoridad viene del latín, auctoritas, que significa hacer crecer, ayudar a ser más y mejor. Las palabras auge y aupar, son primas hermanas de autoridad.

La verdadera autoridad proporciona seguridad, hace crecer la autoestima. Supone decir un no decidido en las ocasiones que sea preciso, y no ceder convirtiéndolo en sí; no halagar si no hay motivos, enseñar a esforzarse, a ser ordenado y responsable. Los niños deben aprender desde pequeños que lo que realmente vale cuesta, y que lo que conseguimos con nuestro esfuerzo tiene más valor y provoca más satisfacción que lo que se nos da gratuitamente.

Profesor / Filósofopesclarin@gmail.com

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