martes, 1 de noviembre de 2011

Sarita


Por Ángel Alberto Morillo
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No podía creer lo que estaba al frente de sus ojos, ¿era posible? No, no, no… pero cuándo fue. A fin de cuentas  una cuestión como esta no podía pasar desapercibida. La mejor manera de conocer a un desconocido era viendo la forma cómo escribe y piensa. Y abrió el faisbuk. La gente sí habla tonterías en estos espacios de la apariencia y de las medias tintas; la curiosidad fue más fuerte, ¿era posible? No, no, no. Cansada de tanto esperar, se le apareció así como así, se estregó los ojos ¿Era posible? Quizá, una corazonada le decía que en las solicitudes, no en las tonterías que dice la gente, en las solicitudes, no en las fotos ni en los comentarios. Fue así como poco a poco tecleó su nombre. Dios Santo, miles y miles, de muchas formas y colores, mujeres, feas, bonitas, elegantes, mentirosas, atrevidas, pero todas mujeres. Necesitaba hallarla.  Las palabras flotaban, indecorosas, lascivas a cualquier tratado gramatical, de ignorancia proporcional y descuidada. Aún así la solicitud seguía en pie.

La fe de encontrar alguna posibilidad quedaba circunscrita a un pedazo de esperanza; en estos dominios del entretenimiento, en estas plazas fantasmales de encuentro, de sociedad que pende de un cable, cuya metamorfosis son las teclas, una pantalla, una corneta, un sonidito odioso, inventado por desconocidos, el conocimiento le era mezquino. Aún así ella seguía buscando, incrédula, no hallaba la manera, sus cuarenta y muchos años delataban su impericia, denunciaban su imperdonable anacronismo, muy a pesar de ser amante fervorosa de las tesis más profundas de Platón y Hegel. ¿Pero de qué servían Platón y Hegel en el faisbuk? No los necesitaba muy a su pesar. Era una de las incomprendidas más, formaba parte de esas filas de milicianos del saber que no tenían acceso a las fatuidades de las TIC… Pero eso a ella no le importaba, sus ojos no lo podían creer, se sentía esta vez en la caverna. Platón tenía razón. Ella estaba loca, al borde de la oscuridad. ¿Pero quién era ella para merecer tanto?

De ahí que los personajes como Sarita son pocos y más cuando se apellidan Chávez, ¿faltaba menos? Decía para sus adentros. Son rasgos más llamativos de la personalidad, el orden y la disciplina, cuestiones que en estos tiempos son invisibles, tan detestadas como la ortografía y la gramática. Ella era una profesora detestada, obviamente daba ortografía y gramática, signadas por la disciplina y el orden, esas invisibles virtudes al faisbuquero, esa especie de seres grotescos. Todo esto, por supuesto, muy distante al orden y disciplina corporativos, más todavía en ese espíritu antineoliberal. Los sustantivos entrega, dedicación, altruismo, por un lado; los adverbios justamente, cabalmente por el otro; toda ella superlativa, su vida en sí era la vidísima; sin mencionar  su naturaleza copulativa: ser, estar y parecer. “Soy buena mujer, estoy bien formada y parezco filósofa”. Sin embargo, para el faisbuquero era más fácil criticar sus rulos, sus lentes, sus pantalones abultados, orientales de Shazán, sus chalecos ochenteros, sus cejas pronunciadas, su poco apego por los polvos compactos de colores, su desaliñada y poco femenina manera de vestir, para ellos, los faisbuqueros, era muy fácil. No faltaba menos, esos muchachitos imberbes que cuando mucho respiran porque sus pulmones los obligan, esos mismos que no sabían acentuar aún una palabra esdrújula, tan fácil a un buen oído, se daban el lujo de ver así a Sarita. Claro, con lo preocupada que estaba en su tesis de Platón  y Hegel, seguramente todas las imprecaciones resbalarían con su propio peso. El corazón de Sarita era así, pensaba muy en el fondo que aquella retahíla de improperios se debía esencialmente al nulo manejo lingüístico y comunicacional de sus alumnos. Total, ella era así… Tan sólo alguien como Bello o García Márquez algún día la harían cambiar por lo menos de opinión. Al menos todo aquello sucedía con el faisbuquero; con los tuiteros era peor. Definitivamente Sarita tenía de enemigo la ignorancia, si esto se tratase de alguna religión, Sarita estaba segura que el faisbuk y el tuiter eran el Aqueronte y el hades respectivamente.  Estaba condenada por esos demonios, seguramente les había robado el fuego. Ella, Sarita, la odiosa Sarita, era brillante.

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